miércoles, 13 de junio de 2012

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Artículos de Opinión | Javier Couso | 13-06-2012 | 
                          Militares españoles en la misión de Afganistán. | Efe/Kote Rodrigo
Hace unos días escuché con atención las palabras del Almirante Fernando García Sánchez, Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), en la entrevista que le hizo un medio de ámbito nacional. Como exponente de los mandos modernos del ejército español, su discurso es medido, cercano, aparentemente exento de estridencias.
Los ejércitos actuales son conscientes del teatro de operaciones en el que se mueven y adecúan su actuación acorde con él.
La comunicación no deja de ser otro campo de batalla, quizás uno de los más importantes. Las derrotas por mala imagen son difíciles de levantar.
Por eso la máxima dirigencia de los ejércitos, los llamados jefes superiores, se entrenan en la forma de comunicar de la misma manera que lo hacen los que se dedican a la alta política, sea de empresa o de partido. Hay que crear y vender imagen, modelar la forma en la que quieres que te vean. Acotar el discurso para quedarse en los titulares, tus titulares.
Pasar de puntillas sin profundizar es una táctica para no asustar. Si no te mojas no salpicas. Pareces estar en el centro, equidistante ante unos y otros. Balanceado y comedido, irradias seguridad. Has construido tu relato, has acomodado al oyente en la platea para empezar la representación.
Pero a pesar de los corsés autoimpuestos, las costuras se resquebrajan cuando se toca el tema de Siria. Aquí habla la OTAN y el deseo de intervenir, aún sabiendo la complejidad de un escenario donde se juega una nueva guerra fría con la irrupción de un “este” ruso-chino que pone las líneas rojas en Siria.
Fernando García nos habla con terminología de Estado Mayor posmoderno cuando relata que la “comunidad internacional” (léase OTAN) ya está actuando en Siria por medio de las tres d: diplomacia, desarrollo y defensa.
No hay nada en su discurso sobre el terrorismo yihadista, hoy aliado de la OTAN, o sobre el profuso suministro de armas de los países del golfo a una de las partes contendientes, ni por supuesto acerca de un plan de paz equilibrado, solo palabrería bien medida que conduce a un deseo mal disimulado: la intervención pura y dura en el marco de la guerra de baja intensidad con coartada humanitaria. Otra vez la guerra “humanitaria”, diseñada para romper el principio de no injerencia surgido en el marco del Derecho Internacional como cortafuegos de las acciones unilaterales del imperialismo.
Nada es extraño en el discurso de estas promociones de mandos y jefes de nuestras Fuerzas Armadas formados en la esfera de influencia estadounidense desde que Franco, por pura supervivencia, abandonara el EJE y se dejara querer, como baluarte antisoviético, por un EE.UU. en plena guerra fría.
Hoy, muchos años después y casi totalmente limpio de rebabas franquistas, las jefaturas de las tres armas que componen el Ejército Español no solo son pro-OTAN sino que su pensamiento está formado en la defensa de la influencia estadounidense como garantía de un imaginario colectivo libre que forman las naciones occidentales asociadas en la “unidad atlántica de destino universal”.
Más que simpatizantes deberíamos hablar de mandos cooptados o de una estructura de mando penetrada por una especie de hipnosis colectiva. Ganada la batalla ideológica y cultural, nuestros jefes y oficiales confunden muchas veces la defensa de su nación con la defensa de los intereses geoestratégicos estadounidenses.
No hay pensamiento soberano, ni siquiera una estrategia de defensa independiente de una potencia media en el marco de, por ejemplo, un Ejército Europeo ¿Alguién se acuerda ya de este proyecto dinamitado por EE.UU. en el marco de la OTAN y por Gran Bretaña en el de la UE? Los intereses angloamericanos no se podrían permitir una Europa con un ejército independiente.
Hoy, el supuesto Ejército Europeo es un grupo de tarea más, adscrito a los planes OTAN, planes que, no olvidemos, priman la supremacía de los intereses estadounidenses por encima de los de cualquier otra nación. Es la coartada Atlántica: Un mismo mar que baña una misma visión occidental del mundo, la angloamericana, off course.
Si el Ejército Europeo es un apéndice, nuestro ejército se queda en mera cohorte en cuanto a la independencia y soberanía de sus decisiones. Somos mano de obra barata en las operaciones que se diseñan al calor de las decisiones tomadas en Washington y que se trasladan a los ejércitos subalternos por medio de la OTAN.
Los ejemplos afgano o libanés son muy ilustrativos de donde desplegamos nuestras fuerzas y sobre todo para qué. En Afganistán, pura y dura intervención surgida al calor del 11-S que bajo el disfraz de lucha contra el terrorismo busca controlar este país enclave de autopistas del transporte de energía y centro de la elaboración mundial de opio, además de quitar profundidad estratégica a Irán y Rusia. En Líbano, protegiendo a Israel de Hezbollah, única formación árabe que consiguió fijar sobre el terreno, sostener un combate en el tiempo, e inflingir tremendas bajas, materiales y personales, al ejército de Israel, rompiendo de facto la supuesta invulnerabilidad de este.
Resulta bochonorso leer la información que desvelaron los cables de la embajada de EE.UU. en Madrid sobre los mandos de las Fuerzas Armadas, a los que se llega a calificar de «fans» de Estados Unidos. No puedo imaginar algo menos leal a un país que un militar «fan» de una potencia extranjera. Curioso concepto de patriotismo que es más cercano al doble agente en el ámbito del espionaje o al delito de traición por colaboración con una nación extranjera.
Lamentablemente esto no es nada novedoso, está muy bien explicado en trabajos como «Diario de la CIA» del ex-agente Phillip Agee, donde se da cuenta de esas labores de penetración en varios países y no solo en el ámbito castrense sino en el periodístico y cultural, en el imprescindible libro de Joan Garcés «Soberanos o Intervenidos», o en cualquiera de las investigaciones realizadas por Eva Gollinger sobre la intromisión estadounidense en Venezuela. País donde incluso se tuvo que desmontar, en alguna instalación castrense, células al servicio de la inteligencia militar de los EE.UU.
En nuestro país, las acciones de cooptación no son, normalmente, tan agresivas. Como se apuntó antes, la batalla ideológica y cultural está ganada de antemano, aderazada con premios en forma de viajes de formación a EE.UU. en diferentes materias de especialización militar o la golosina que supone el acceso a la alta tecnología bélica y la posibilidad de poner en práctica teoría y materiales en conflictos con una superiodad logística apabullante.
Cualquier país que aspire a ser soberano no puede tener unas Fuerzas Armadas cuyos jefes y mandos sean «fans» de otro país. Esto que parece propio de una película de Berlanga es la realidad del alto mando español. Un ejército al servicio de la patria,… estadounidense.
Fuente: Hablando república

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