domingo, 28 de octubre de 2012

“EL CAPITALISMO SOLO BUSCA BENEFICIOS AL COSTE QUE SEA SIN IMPORTARLES LAS PERSONAS”



Explotación, origen de los beneficios
Artículos de Opinión | David Al Yasari | 27-10-2012 | 
 Se suele utilizar el término explotación para hacer referencia a un abuso excepcional y tercermundista.
El análisis marxista, en cambio, demuestra que la explotación es la norma bajo el capitalismo. Es, de hecho, el origen de los beneficios, incluso en las empresas más “avanzadas” y respetables.
Para entender el porqué, volvemos a lo que se comentó en la primera columna de esta serie: el valor de intercambio de una mercancía se basa en la cantidad de trabajo humano requerida para su producción.
Mucha gente piensa que los beneficios provienen de vender las mercancías a un precio superior a su valor. Pero una venta es, a fin de cuentas, el intercambio de una mercancía por otra, con dinero por en medio. Si se intercambian dos mercancías, es imposible que ambas obtengan más de su valor. Algunos capitalistas sí consiguen vender sus productos a un precio por encima de su valor real —mediante patentes, publicidad, monopolios, poder militar, etc.— pero esto sólo conlleva que otros productos se vendan por debajo de su valor. No se producen así beneficios en el conjunto del sistema.
Para entender los beneficios, debemos volver, otra vez, al trabajo humano.
En el capitalismo, la propia capacidad humana de trabajar es una mercancía. Como cualquier mercancía, tiene su valor, basado en la cantidad de trabajo humano requerida para (re)producirla. Para que una persona pueda trabajar —en una fábrica, oficina, hospital, etc.— tiene que descansar y dormir lo suficiente, comer, vestirse, etc. A largo plazo, la existencia de mano de obra requiere que se formen a las próximas generaciones de la clase trabajadora.
Todo el trabajo humano pagado necesario para reproducir la fuerza de trabajo —es decir, la parte correspondiente a un día— constituye su valor de intercambio. (Destaquemos que, para el capitalismo, los cuidados familiares son como el aire: imprescindibles pero invisibles, y no producen valor de intercambio).
En los inicios del capitalismo, con una baja productividad, una persona podía tener que trabajar mucho tiempo —digamos seis horas diarias— sólo para reproducir sus propias necesidades existenciales. Aquí entra en juego el truco del capitalismo. Se compra la capacidad para trabajar un día, pero la extensión de ese día es un tema abierto. Típicamente el jefe exigía que se trabajasen no seis, sino diez, doce o más horas.
Esta diferencia entre las horas requeridas para cubrir el valor de la fuerza de trabajo, y las horas que realmente se trabajan, es la fuente de los beneficios; es la plusvalía.
Para ilustrar cómo funciona, seguimos con el ejemplo histórico. Tomemos una empleada de una fábrica textil, con una jornada laboral de doce horas. Digamos que en este tiempo gasta materia prima, así como una parte proporcional de la maquinaria, por un valor total de 24 horas. Éstas se suman a las doce horas trabajadas por la empleada, con lo cual el valor del producto total del día serían 36 horas.
Las 24 horas de materia prima y de maquinaria gastada, el jefe las tiene que pagar, en general, a su valor. La mercancía producida la vende por su valor. Los beneficios provienen del hecho de que paga el valor de la fuerza de trabajo, que son sis horas, pero recibe a cambio doce.
Hoy en día, se aplica el mismo principio, aunque con cifras bastante diferentes. Suele haber un valor mucho mayor de maquinaria; la inversión necesaria para establecer una fábrica moderna es mucho más alta que hace 150 o 200 años. En cambio, las jornadas laborales suelen ser menores de doce horas.
Sin embargo, con la productividad actual, lo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo —la comida del súper, la ropa prefabricada, un piso de 50 o 70 metros, incluso un teléfono móvil y un TV grande— puede producirse en mucho menos tiempo de lo que hacía falta en 1850 para un nivel de vida más básico.
El resultado es que incluso trabajando “sólo” ocho horas, y pudiendo comprar el coche de sus sueños (a plazos; no nos pasemos), el o la trabajadora sigue sufriendo explotación.
Y esto es si tiene la suerte de tener un trabajo. Porque la misma lógica del sistema hace que éste entre en crisis, produciendo los niveles de paro que vemos hoy. Del porqué de esto, hablaremos en la próxima columna.

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