Explotación, origen de los beneficios
Artículos de
Opinión | David Al Yasari | 27-10-2012 |
Se suele
utilizar el término explotación para hacer referencia a un abuso excepcional y
tercermundista.
El análisis
marxista, en cambio, demuestra que la explotación es la norma bajo el
capitalismo. Es, de hecho, el origen de los beneficios, incluso en las empresas
más “avanzadas” y respetables.
Para
entender el porqué, volvemos a lo que se comentó en la primera columna de esta
serie: el valor de intercambio de una mercancía se basa en la cantidad de
trabajo humano requerida para su producción.
Mucha gente
piensa que los beneficios provienen de vender las mercancías a un precio
superior a su valor. Pero una venta es, a fin de cuentas, el intercambio de una
mercancía por otra, con dinero por en medio. Si se intercambian dos mercancías,
es imposible que ambas obtengan más de su valor. Algunos capitalistas sí
consiguen vender sus productos a un precio por encima de su valor real
—mediante patentes, publicidad, monopolios, poder militar, etc.— pero esto sólo
conlleva que otros productos se vendan por debajo de su valor. No se producen
así beneficios en el conjunto del sistema.
Para
entender los beneficios, debemos volver, otra vez, al trabajo humano.
En el
capitalismo, la propia capacidad humana de trabajar es una mercancía. Como
cualquier mercancía, tiene su valor, basado en la cantidad de trabajo humano
requerida para (re)producirla. Para que una persona pueda trabajar —en una
fábrica, oficina, hospital, etc.— tiene que descansar y dormir lo suficiente,
comer, vestirse, etc. A largo plazo, la existencia de mano de obra requiere que
se formen a las próximas generaciones de la clase trabajadora.
Todo el trabajo
humano pagado necesario para reproducir la fuerza de trabajo —es decir, la
parte correspondiente a un día— constituye su valor de intercambio.
(Destaquemos que, para el capitalismo, los cuidados familiares son como el
aire: imprescindibles pero invisibles, y no producen valor de intercambio).
En los
inicios del capitalismo, con una baja productividad, una persona podía tener
que trabajar mucho tiempo —digamos seis horas diarias— sólo para reproducir sus
propias necesidades existenciales. Aquí entra en juego el truco del
capitalismo. Se compra la capacidad para trabajar un día, pero la extensión de
ese día es un tema abierto. Típicamente el jefe exigía que se trabajasen no
seis, sino diez, doce o más horas.
Esta
diferencia entre las horas requeridas para cubrir el valor de la fuerza de
trabajo, y las horas que realmente se trabajan, es la fuente de los beneficios;
es la plusvalía.
Para
ilustrar cómo funciona, seguimos con el ejemplo histórico. Tomemos una empleada
de una fábrica textil, con una jornada laboral de doce horas. Digamos que en
este tiempo gasta materia prima, así como una parte proporcional de la
maquinaria, por un valor total de 24 horas. Éstas se suman a las doce horas
trabajadas por la empleada, con lo cual el valor del producto total del día
serían 36 horas.
Las 24 horas
de materia prima y de maquinaria gastada, el jefe las tiene que pagar, en
general, a su valor. La mercancía producida la vende por su valor. Los
beneficios provienen del hecho de que paga el valor de la fuerza de trabajo,
que son sis horas, pero recibe a cambio doce.
Hoy en día,
se aplica el mismo principio, aunque con cifras bastante diferentes. Suele
haber un valor mucho mayor de maquinaria; la inversión necesaria para
establecer una fábrica moderna es mucho más alta que hace 150 o 200 años. En
cambio, las jornadas laborales suelen ser menores de doce horas.
Sin embargo,
con la productividad actual, lo necesario para la reproducción de la fuerza de
trabajo —la comida del súper, la ropa prefabricada, un piso de 50 o 70 metros,
incluso un teléfono móvil y un TV grande— puede producirse en mucho menos
tiempo de lo que hacía falta en 1850 para un nivel de vida más básico.
El resultado
es que incluso trabajando “sólo” ocho horas, y pudiendo comprar el coche de sus
sueños (a plazos; no nos pasemos), el o la trabajadora sigue sufriendo
explotación.
Y esto es si
tiene la suerte de tener un trabajo. Porque la misma lógica del sistema hace
que éste entre en crisis, produciendo los niveles de paro que vemos hoy. Del
porqué de esto, hablaremos en la próxima columna.
Fuente: www.tercerainformacion.es/
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