Luis Gomez Llorente y su defensa
republicana
Milagros Heredero.
Cronista parlamentaria en la Transición Española
No he aquella tarde en el Congreso de los Diputados
cuando Luis Gómez Llorente se puso en pie y con su voz pausada y profesoral
defendió la validez y superioridad del gobierno de la República sobre el de la
monarquía. Estabamos en la comisión constitucional presidida por Emilio Attard
y se elaboraba el anteproyecto de la Constitución todavía hoy vigente.
Era un voto particular presentado por el Psoe de
entonces. En la sala, diputados y periodistas guardabamos un silencio cortante.
Se esperaban sus palabras con expectación aunque se conocía de antemano el
límite de un voto particular y sobre todo de “aquél” voto particular. Pero
interesaba la expresión del mismo, su alcance semántico y también politico
encuadrado, como era lógico, en aquel “aquí y ahora”. Una cierta emoción para
alguno y una curiosidad casi perversa para otros recorría el ambiente.
Luis Gómez Llorente en nombre propio y en el de su
grupo parlamentario pronunció palabras que han quedado enterradas en el fondo
de la historia de la Constitución del 78 pero no por ello menos vivas
precisamente hoy sino tal vez más, como lo será para algunos la memoria de su
autor.
No se dejó en el tintero Gómez Llorente las
reticencias de quienes pensaban que si el voto republicano pudiera prosperar ,
los socialistas lo hubieran retirado o no lo hubiesen presentado y que se
mantenía por pura demagogia.
“Esto no es cierto, – afirmó él-. Se equivocan quienes
así hablan.”
¿Por qué lo mantenían sabiéndose perdedores?
“-Es sencillo contestar: por honradez, por lealtad con
nuestro electorado.”
Porque eran conscientes los socialistas y se sentían
depositarios de la fe de grandes masas de españoles en el partido republicano.
Por ello defendían ante aquellas Cortes Constituyentes la forma de Gobierno
republicana.
“-Entendemos que la forma republicana del Estado es
más racional y acorde bajo el prisma de los principios democráticos. Del
principio de la soberanía popular se infiere que toda magistratura deriva del
mandato popular: que las magistraturas sean fruto de la elección libre,
expresa, y por tiempo definido y limitado”
Poco después añadía:
“Las magistraturas vitalicias, y más aún las
hereditarias, dificultan el fácil acomodo de las personas que ejercen cargos de
esa naturaleza a la voluntad del pueblo en cada momento historico. No se diga
para contrarrestar este argumento que pueden existir mecanismos en la propia
Constitución que permitan alterar esas estructuras, pues resulta obvio que
tales cambios llevan consigo un nivel de conflictividad inconmensurablemente
mayor que la mera elección o reelección.
“Renovar a los gobernantes, incluso a aquellos que
ejerzan las más altas magistraturas es necesario y aún a veces imprescindible.
Y no porque la voluntad del pueblo sea mudadiza caprichosamente, sino porque de
manera objetiva cambia: o la persona misma, dejando de ser lo que era, o las
circunstancias que la hicieron la más idónea en un momento dado, o simplemente
ambas cosas de consuno, surgiendo otras posibilidades óptimas.
“Por otra parte, es un axioma que ningun demócrata
puede negar, la afirmación de que ninguna generación puede comprometer la
voluntad de las generaciones sucesivas. Nosotros agregaríamos: se debe incluso
facilitar la libre determinación de las generaciones venideras
“No merece nuestra aquiescencia el posible
contrargumento que nos compense afirmando la neutralidad de los magistrados
vitalicios y por virtud de la herencia, al situarse más allá de las contiendas
de intereses y grupos, pues todo hombre tiene sus intereses, al menos con la
institución misma que representa y encarna. Y por mucho que desee identificarse
con los intereses supremos de la patria, no es sino un hombre, y su juicio es
tan humano y relativo como el de los demás ciudadanos a la hora de juzgar en
cada caso el interés común.
Proyectando este pensamiento a la historia de España
en el lacerado tiempo de nuestros esfuerzos y nuestras luchas desde que
comenzaran los intentos de establecer un regimen constitucional, nadie puede
afirmar con un mínimo de rigor que haya resplandecido precisamente la
neutralidad de la corona en las contiendas sociales o políticas”.
Después hizo alusion a la vieja aspiración socialista
de hacer compatibles igualdad y libertad y de ahí también sus reparos a la
“herencia”.
“¿Cómo no hemos de sentir alejamiento ante la idea de
que nada menos que la jefatura del Estado sea cubierta por un mecanismo
hereditario?”
Gómez Llorente expresó su intención de no entrar en el
análisis y ejemplos de los reyes españoles de otro tiempo . Por respeto a los
de aquella actualidad pero que no obstaban para empañar las razones.
“Empero, en el orden de las ideas, nadie sensato puede
sentirse ofendido por escuchar las del otro y cualquiera ha de entender que
quienes nos sentimos impulsados por la lucha contra el privilegio, y no
aceptamos otra carta de singular retribución que el propio esfuerzo y el
mérito, preferimos la República como forma de Gobierno”.
Antes de finalizar, el profesor Gómez Llorente
brevemente explicó el orígen del republicanismo del Psoe con sus fundadores
republicanos y la política que el regimen de la Restauración mantenía entonces:
“… como la oligarquía de las dos cabezas. Las
corrupciones del sistema de los dos partidos turnantes, por igual monárquicos,
por igual conservadores en el fondo, significó la falsificación sistemática del
sufragio y el mantenimiento artificioso de una monarquía pseudoparlamentaria,
fantasmagórico aparato sin otro fin en todo su tinglado que marginar la
voluntad auténtica de los pueblos de España y la postergación desesperanzada de
las clases oprimidas”.
Y tras otras pinceladas históricas al respecto,
recordó las palabras de Luis Araquistaín que “expresaba así la situación en el
ocaso de un regimen”:
“…Hay que desear la República por patriotismo, por
españolismo. La idea de España y la República se confunden. El problema mínimo
de todo liberal español debe ser la República. Ningún liberal puede ser
monárquico en España. Los socialistas españoles no se hacen vanas ilusiones,
aunque sin ellos no habría República y cuando la haya será, principal y casi
exclusivamente, por ellos, no ignoran que esa República no podrá ser
inmediatamente socialista”.
Se excusó Gómez Llorente por sus alusiones al pasado
pero las justificó porque:
-“No hubieran sido hechas sino para dar claves de
nuestra actuación no sólo en el presente, sino en el futuro. El Psoe fue en
primer lugar republicano, y baluarte de la República, cuando no hubo otra forma
de asegurar la soberanía popular, la honestidad política y, en definitive, el
imperio de la ley unido a la eficacia de la gestión. Don Manuel Azaña no
definía de otro modo en sus discursos la virtud republicana”.
Luis Gómez Llorente mantuvo el voto particular y,
lógicamente, aceptó previamente el resultado de la votación posterior:
“acatando democráticamente la ley de la mayoría”.
Salieron en defensa del voto, el diputado socialista
catalán Eduardo Martín Toval, el republicano, también catalán, Heribert Barrera
y el aragonés Emilio Gastón
El resultado arrojó trece votos a favor, una
abstención y veintidós en contra.
Queda muy lejos en el tiempo aquella defensa de la
República de Luis Gómez Llorente. Escasos años después él mismo se alejó de la
política de escenario y de salon aunque nunca de las ideas y de la acción
positiva. Dedicó su saber al tema de la Educación y la Enseñanza a los que dio
su palabra pública y escrita en favor de la primacía de la escuela pública y en
contra de los privilegios de la privada. Escribió muy relevantes biografías
políticas. Murió en plena acción dejando inacabada una obra rigurosa y
esclarecedora.
Estoy segura de que aquí, con su desaparición física,
no ha acabado la vida de Gómez Llorente: un politico de primera, un pensador
profundo, un maestro de generaciones, un amante de la libertad, un hombre de
honor y de fe. Dicen que le faltaba ambición personal pero no es verdad. Su
ambición fue tan grande que no cupo en las triquiñuelas estratégicas de un
partido político. Que descanse en paz.
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