Hip hop, tertulias y sexismo
Artículos de
Opinión | Toni Pizà | 24-10-2012 |
El sexismo
recorre todo el entramado social. Forma parte del conjunto de ideas que
sostienen la realidad y está tan impregnada que incluso se cuela en los
movimientos sociales y los espacios de militancia de la izquierda, incluidas
las organizaciones de la izquierda revolucionaria. Más allá de la realidad
laboral (los salarios de las mujeres son una media de cerca de un 30% menores a
los de sus homólogos masculinos) y la asignación vinculada al género de las
tareas de cuidado y reproducción, actualmente tenemos que tratar con un nuevo
sexismo fundamentado en actitudes, ideas y roles construidos principalmente en
torno a la idea de que se ha acabado con la opresión de la mujer, extremadamente
vinculado a su cosificación.
El caso de
Los Chikos del Maiz (LCDM) es especialmente interesante. LCDM es un grupo de
rap político con letras contundentes y con una perspectiva clara de lucha de
clases, rap para desnudar la realidad, rap revolucionario y anticapitalista.
Para poner un ejemplo, el estribillo de una de sus letras es “Pasión de
talibanes: revolución. Socialicemos los medios de producción. Pasión de
talibanas, oye, oye: todo el poder para los soviets”. Además de esto, algunas
de sus letras tienen referencias interesantes a la opresión de la mujer:
“dedicado a la clase trabajadora, dedicado a las madres con jornadas de 20
horas”. Aún así, los textos de sus letras son una muestra clara de este nuevo
sexismo que hipersexualiza a la mujer en nombre de una supuesta liberación
sexual que se transforma en cosificación, convirtiendo a las mujeres en
objetos.
Referencias
sexualizadas
Cuando se
trata de mujeres socioliberales o de los partidos que representan los intereses
de la burguesía, las referencias pasan constantemente por el filtro de su
sexualidad. Si se habla de la sexualidad de un político, es bastante probable
que sea para decir que se esconde en el armario o que no responde a los cánones
sexuales de virilidad que esta sociedad impone. No es necesario ahondar en los
ejemplos si escucháis cualquiera de sus discos. Las ideas de la gente no son
monolíticas y algunas veces nos encontramos con alguien que es un gran
activista sindical, pero a la vez relega a su pareja a las tareas de casa
(encargarse de los niños o niñas, limpiar, etc). Lo que es extraño es encontrar
a gente que se autodefine como revolucionaria, anticapitalista y que quiere
transmitir un mensaje político sólido con sus letras, reflejando actitudes tan
sexistas. No es que LCDM obvien la opresión de la mujer, seguro que para ellos
es importante como revolucionarios; aún así, es obvio que se tienen que
replantear cómo tratan el tema y sobre todo cómo dejan de reproducir estas
ideas en el interior de la izquierda revolucionaria.
Recientemente
otra cara visible de la izquierda radical, Pablo Iglesias, ha jugado con estos
roles de género y la provocación que le suele caracterizar. Su pequeño
enfrentamiento con Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid, a la
que pedía en el monólogo inicial de uno de los programas de debate de La Tuerka
que le invitara al sofá de su casa para explicarle de qué hablaba realmente la
serie The Wire, es una muestra más de este nuevo sexismo, no tan explícito, que
recorre la izquierda y reproduce maneras de comportarse que sustentan la
opresión de la mujer.
Necesitamos
acabar con estas actitudes. El reto consiste en generar espacios de militancia
en que las mujeres se vean cada vez menos sometidas a estos tics machistas,
donde se puedan desarrollar políticamente alejadas de esta realidad de
opresión. Obviamente, las organizaciones revolucionarias y los movimientos no
viven aislados de la realidad, así que tendremos que tratar continuamente con
estas actitudes. No se trata de esconder la opresión detrás la cortina de lo
políticamente correcto ni reducirlo todo a una cuestión lingüística. La clave
es dar la relevancia política necesaria al tema y tratarlo de forma colectiva,
sin criminalizar si no es necesario, mejorando día a día nuestra realidad y el espacio
político, evidenciando y borrando desde la camaradería las ideas y formas de
relacionarnos marcadas por una sociedad profundamente sexista.
El
revolucionario ruso Lenin decía que la revolución es “el festival de los
oprimidos”; sin olvidar la importancia de la transformación social para
arrancar las raíces de la opresión, hagamos de cada día una fiesta para ir
construyendo.
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