Azaña, la contemporaneidad de un genio
Cándido Marquesán
Millán | Profesor de Secundaria. Zaragoza
nuevatribuna.es
| 24 Noviembre 2012 - 08:04 h.
Acostumbro a
decirlo con muchísima frecuencia que la lectura es una de las actividades más
gozosas y provechosas a la que podemos dedicar el tiempo libre. Si además son
obras de algunos autores por los que sientes especialmente predilección, al
sentirte muy identificado con su línea de pensamiento, ya no solo es gozo, es
mucho más, es un indescriptible placer. Reconozco, no sé si por deformación
profesional al ser profesor de historia, que no suelo leer novelas en las que
suele prevalecer la ficción- también las hay históricas-, ya que me inclino por
obras más tipo ensayo de carácter socio-político. Uno de mis preferidos es
Azaña, que debería ser más conocido por parte de los españoles, entre
otras razones porque pocos como él se sintió más profundamente español y
también pocos como él dedicó tanto tiempo de su vida a indagar sobre cuáles
eran los problemas de su patria y buscar las soluciones adecuadas y razonables
para corregirlos. Que un personaje de este nivel todavía permanezca enterrado
lejos de su tierra, no deja de ser lamentable. En cambio, otros que han hecho
tanto daño reposan en una suntuosa y faraónica tumba en el mismo centro de
nuestra piel de toro. Mas no es de esta cuestión de la que quiero hablar ahora.
Azaña además
de por lo que dice, con unos mensajes impregnados de valores éticos y de gran
calado político, es impresionante por el cómo los dice, con un gran
dominio de nuestra lengua y una riqueza de vocabulario muy difícil de superar.
Según Antonio Machado, Azaña es maestro en el difícil arte de la
palabra: sabe decir bien cuanto quiere decir, y es maestro en un arte más
excelso que el puramente literario y mucho más difícil: sabe decir bien lo que
debe decirse. Fue un extraordinario parlamentario. Según Salvador de
Madariaga: “Azaña ha sido el orador parlamentario más insigne que ha
conocido España.” Sus discursos tienen profundidad política, así como
belleza y trabazón formal. Destacan los pronunciados en las Cortes: el 13 de
diciembre de 1931 sobre Política religiosa; el 2 de diciembre de 1931
sobre Política Militar; el 27 de mayo de 1932 sobre El Estatuto de
Cataluña; y el 18 de julio de 1938, en el Ayuntamiento de Barcelona,
titulado Paz, Piedad y Perdón. Uno, no tan conocido, pronunciado el 21
de abril de 1934 en la Sociedad del Sitio de Bilbao, titulado Un
Quijote sin celada, es un extraordinario alegato de la política con
mayúscula, y que nuestros políticos actuales deberían leerlo para que
conocieran cuáles son los principios que deben impregnar su ejercicio. Azaña
los tiene muy claros “Los auténticos, los de verdad son la
percepción de la continuidad histórica, de la duración, es la observación
directa y personal del ambiente que nos circunda, observación respaldada por el
sentimiento de justicia, que es el gran motor de todas las innovaciones de las
sociedades humanas. De la composición y combinación de los tres
elementos sale determinado el ser de un político. He aquí la emoción política.
Con ella el ánimo del político se enardece como el ánimo de un artista al
contemplar una concepción bella, y dice: vamos a dirigirnos a esta obra, a
mejorar esto, a elevar a este pueblo, y si es posible a engrandecerlo”. Igual
que los actuales.
Y sobre
todo, La Velada de Benicarló una de las obras más importantes del
pensamiento político español. El tema fundamental es la guerra fratricida,
indagando en las razones de semejante hecatombe, como también sacar
consecuencias para el día después, ya que en la nota preliminar sus últimas
palabras se refieren al consuelo y a la esperanza. En este libro devastador
Azaña vertió los sentimientos de tristeza, angustia, abatimiento y pesimismo
con que reaccionó ante el levantamiento militar del 18 de julio de 1936.
Todavía más desesperanzado cuando el Gobierno de la República es abandonado por
las democracias occidentales. Es un acto de desesperación, porque su alma está
destrozada al contemplar cómo los españoles se están matando sin piedad. Por
ello hace decir a Lluch: "¡Utilidad de la matanza! Parecen ustedes
secuaces del Dios hebraico que, para su gloria espachurra a los hombres como el
pisador espachurra las uvas, y la sangre le salpica los muslos. Vista la prisa
que se dan a matar, busco el punto que podrá cesar la matanza, lograda la
utilidad o la gloria que se espera de ella. No la encuentro-" Los culpables
de la tragedia para Blanchart: "En nuestro país, violento,
intolerante, sin disciplina, los generales menores de sesenta años son un
peligro nacional". Los enemigos de la República para Garcés:
"Enumerados por orden de su importancia: la política franco-inglesa, la
intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los
fines subalternos que han menoscabado la reputación de la República y la
autoridad del Gobierno; por último, las fuerzas propias de los
rebeldes..." Las diferencias de la represión según Marón: "Con
una diferencia importante. En esta zona, las atrocidades cometidas en
represalia de la sublevación, o aprovechándola para venganzas innobles,
ocurrían a pesar del Gobierno, inerme e impotente. En la España dominada por los
rebeldes y los extranjeros, los crímenes, parte de un plan político de
regeneración nacional, se cometían y se cometen con aprobación de las
autoridades". Son las grandes cuestiones: ¿Cómo y por qué se matan entre
sí los españoles? ¿La violencia es innata en nuestro ser nacional? De ahí la
pregunta de Garcés: "¿Qué aberración fascinante arrastra a los
promotores de este crimen contra la nación y a quienes la secundan? Una porción
de españoles ha pedido y admitido la entrada de los ejércitos extranjeros. Con
tal de reventar a los demás compatriotas, entregan la Península a un
conquistador. Estas pequeñas pinceladas nos indican que estamos ante una de las
obras más importantes del pensamiento político español, el mejor documento
quizá sobre la República y sobre nuestra guerra civil. Por ello, debería ser de
lectura obligatoria para los estudiantes de secundaria.
La obra de
Azaña es inabordable, mas quiero acabar con otra referencia a uno de sus
discursos tempranos, cuando tenía 31 años. Sirviéndome de la Obras Completas
de Manuel Azaña, edición con seis volúmenes, tras una labor de
investigación impresionante de Santos Juliá, acabo de leer el
pronunciado un 11 de septiembre de 1911, titulado “El problema español”, en la
Casa del Pueblo de su ciudad natal Alcalá de Henares, y que he tenido que estar
consultando continuamente el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española, para conocer el significado de algunas palabras: pazguato, flor de
estufa, mojiganga, dalmática, recamado… Además me han impresionado algunos
de sus fragmentos por su vigente actualidad, como si algunos de los
problemas de esta nuestra querida España continuaran siendo los mismos cien
años después.
Uno de los
hechos más destacados desde hace unos meses en nuestro país ha sido la
irrupción, totalmente justificada, del movimiento de los indignados del 15-M,
que han ocupado las plazas de muchas de nuestras ciudades. En el discurso
susodicho Azaña apela al pueblo español para que reaccione y salga del sopor en
el que parece haber caído con estas palabras que podrían ser leídas hoy mismo
en la Puerta del Sol: “Además nos impulsa otro sentimiento: nos impulsa
la indignación. ¿Vosotros no la sentís? ¿Vamos a consentir siempre que la
púrpura cuelgue de hombros infames? ¿Vamos a consentir que la inmensa manada de
los vividores, de los advenedizos manchados de cieno usurpe la representación
de un pueblo y lo destroce para saciar su codicia? En nuestro museo han entrado
unos pícaros y la dalmática más espléndida, recamada por una historia ilustre,
la van deshilachando para remendarse los calzones”.
Una de las
peticiones de los indignados es la de regenerar, revitalizar y darle nuevos
bríos a nuestro democracia, que se ha quedado oxidada tras estos 30 años de
un ejercicio autocomplaciente, como si fuera suficiente con votar cada 4 años.
No son en absoluto antisistema, como desde algunos medios de información o
algunas fuerzas políticas nos han querido hacer ver. Por ello, otras
palabras de Azaña tienen plena vigencia hoy: “En lo político necesitamos, como
una condición indispensable, la revisión de todas las instituciones
democráticas en nombre de su principio de origen, limpiándolas, purificándolas
de todos los falsos valores que sobre ella se han creado…¿Democracia hemos
dicho? Pues democracia. No caeremos en la ridícula aprensión de tenerla
miedo: restaurémosla, o mejor, implantémosla, arrancando de sus esenciales
formas todas las excrecencias que la desfiguren”. Todo ciudadano medianamente
informado conoce cuáles son esas excrecencias que deberían ser eliminadas
para dar nueva vida a nuestra democracia: listas abiertas, funcionamiento
interno democrático de los partidos, modificación del sistema de
representación, responsabilidad de los políticos, cumplimiento de los programas
electorales, eliminación de la corrupción, independencia de la política de la
economía…
En estos
momentos de vigencia plena e implacable del neoliberalismo, que defiende a
ultranza la liberación de las fuerzas del mercado con una desorbitada
apología de lo privado y un ataque despiadado al Estado, se está generando un
nuevo mundo en el que la justicia, la igualdad, la solidaridad están cada vez
más ausentes. Entiendo que se hace inevitable reconstruir la defensa del
Estado activista tan vilipendiado, porque son precisamente los más débiles
los que más lo necesitan. De nuevo Azaña: “Ese inmenso poder del Estado debe
encaminarse en pro de nuestra obra; queremos infundir en ese organismo sangre
nueva, para que el mismo Estado sea el que dispense la última y definitiva justicia.
Porque de él, de ese Estado, con todos sus defectos de organización, con su
ceguedad y su parsimonia, es del único Dios de quien podemos esperar que ese
milagro se verifiqué. ¿De quién, si no, vamos a recibir la justicia? ¿O
esperamos, acaso, que el codicioso, el explotador, el privilegiado renuncien
voluntariamente a su privilegio, a su explotación o a su codicia? Nunca se vio
tal…”
En nuestra
sociedad a su vez se está produciendo un dramático e irreversible descontento
de la ciudadanía con la consiguiente desafección hacia la política, que se
plasma en unas cifras cada vez mayores de la abstención en los distintos
procesos electorales. No me parece esta la solución, como tampoco le parecía a
Azaña: “Proclamada la soberanía de la nación, dentro de ella estamos y de ella
participamos todos, sin que ningún poder se alce para disputarla. Pero esa
soberanía que reside en nosotros, que está a la merced del mayor número, es
necesario ejercerla: cuando se abandona en medio de la calle el primer truhán
que pase la recogerá y se adornará con ella…”
Quiero
finalizar con una cita muy adecuada para el tema de estas líneas, del Conde
de Romanones, al que criticó duramente nuestro Azaña: “La característica de
los genios es la de ser contemporáneos de todas las edades”.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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