El problema es del pueblo
La responsabilidad última de la situación
general de un país es del pueblo.
Artículos de
Opinión | José López | 27-11-2012 |
La vida es
muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se
sientan a ver lo que pasa. Albert Einstein.
La historia
es nuestra y la hacen los pueblos. Salvador Allende.
Incluso el
poder de los gobiernos más fuertes se evapora como el humo en el momento en que
el pueblo rehúsa reconocer su autoridad, inclinarse ante él y le niega su apoyo. Alexander Berkman.
La sociedad
humana es compleja porque se compone de muchos individuos complejos (el ser
humano es el más complejo de los animales existentes en nuestro planeta) y
porque éstos se relacionan de manera compleja. La sociedad humana es el
paradigma de complejidad del Universo conocido. Es dialéctica, en portentosa
cuantía, en acción. Todo influye y es influido, aunque no en la misma
proporción. El sistema hace al individuo pero éste también hace al sistema.
Cada uno de nosotros contribuimos con nuestro grano de arena a que las cosas en
nuestra sociedad sean de tal o cual manera. Evidentemente, no todos tenemos el
mismo poder de influencia, ni por consiguiente la misma responsabilidad. Un
gran empresario o banquero, un político (sobre todo de los partidos que se
alternan en el gobierno), tienen mucho más poder que un trabajador.
Evidentemente, no todos somos influenciados por el sistema con la misma
intensidad ni de la misma forma. Pero, en última instancia, nosotros, los
simples trabajadores, los ciudadanos corrientes, al conformar la inmensa
mayoría de la sociedad, somos quienes tenemos el verdadero poder. El poder
reside, en última instancia, en el pueblo. El problema es que dicho poder es
normalmente sólo potencial, está dormido, o como se diría en términos
informáticos está en “stand-by”, está latente pero no presente.
Sólo en
aquellos momentos puntuales de la historia en que el pueblo, forzado
principalmente por la apremiante necesidad, despierta y se une, es cuando
ejerce su poder. Esos momentos excepcionales son las revoluciones. Una
revolución social se caracteriza primordialmente por el trascendental hecho de
que el pueblo (una parte de él al principio, su vanguardia) se levanta, toma la
iniciativa e intenta arreglar las cosas cambiando las reglas del juego político
y económico. Una revolución surge cuando los ciudadanos corrientes empiezan a
tomar las riendas de su propio destino, cuando ya no confían en las élites y
ellos mismos empiezan a asumir el protagonismo de los acontecimientos. La fuerza
del pueblo hace acto de presencia cuando los individuos de las clases oprimidas
(que de manera aislada no pueden hacer nada frente a los poderes establecidos,
frente a aquellos otros individuos que tienen el poder político, económico), se
unen y ejercen el poder que les da el ser la mayoría social. El poder de las
clases populares reside en el número. Pero este número no es nada sin la unión.
Cuando los trabajadores se unen, cuando esta unión se lleva hasta las últimas
consecuencias, los empresarios no tienen nada que hacer. Incluso las dictaduras
más férreas caen.
Teniendo en
cuenta todo esto podemos decir que en el momento presente el pueblo, una parte
de él, no mayoritaria pero sí cada vez menos minoritaria, ha empezado a
despertar. Estamos viviendo momentos históricos porque la actual crisis
capitalista ha inaugurado una nueva etapa en la historia de la humanidad, la
cual se traducirá en más barbarie, es decir, capitalismo todavía más salvaje,
o, por el contrario, en el inicio de una nueva fase encaminada a superar el
capitalismo. La historia está abierta. Todo dependerá de quién lleve la
iniciativa, de quién use mejor estrategia en esta nueva etapa de la lucha
social, de la lucha de clases. Si son las clases altas quienes ganan (por ahora
van ganando ellas) tendremos una gran involución, una vuelta hacia atrás en
busca del “paraíso” perdido para las élites, un nuevo feudalismo, un esclavismo
más descarado y aterrador para la mayoría social, una sociedad con grandes
desigualdades, cada vez mayores. El neoliberalismo es el contraataque de las
clases capitalistas para reconquistar el terreno perdido en el último siglo por
la amenaza del comunismo. Es el afianzamiento del capitalismo. El
desmantelamiento del Estado de bienestar, el vaciado de contenido de la democracia
formal, el reforzamiento del Estado policial, no suponen más que una nueva fase
en la dinámica capitalista, interrumpida durante algunas décadas por los
triunfos parciales y temporales de las clases trabajadoras. Una vez
descompuesto el ejército proletario, es hora de machacarlo.
El ejército
proletario está descompuesto por múltiples razones. El capital ha estado
trabajando arduamente durante décadas para que así sea. Pero la derecha no sólo
ha avanzado por su propio trabajo, sino que la izquierda ha retrocedido también
porque ha trabajado menos y peor. El éxito de la derecha no es sólo de ella, es
también en gran parte culpa de la izquierda. Y en el estado actual de
involución social tampoco nos libramos de culpa los ciudadanos corrientes. El pueblo
también tiene su parte de responsabilidad. Se podrá discrepar en cuanto al
grado de responsabilidad popular. A mi parecer, en última instancia, el pueblo
es siempre el principal responsable de la situación general de la sociedad. Lo
que es indudable, es que los fracasos del “socialismo real” y de la
socialdemocracia han allanado el camino al capital. La izquierda está
desaparecida en combate. La revolucionaria no ha logrado aún superar sus
profundos errores ideológicos, presa del dogmatismo y del sectarismo. Sin
teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. Afortunadamente, parece
que algo se está empezando a mover en la izquierda anticapitalista. Sin
embargo, todavía es muy insuficiente. La izquierda socialdemócrata se ha visto
desbordada por la dinámica capitalista, al aceptar la esencia del capitalismo.
Al conformarse sólo con suavizarlo (admitiendo que esa era su intención), ha
sido subsumido por él. Al confiar en la democracia burguesa, en la sofisticada
dictadura del capital, en la oligocracia disfrazada de democracia, ésta la ha
enterrado políticamente, no dejándole prácticamente ningún margen de maniobra,
haciendo que sólo se diferencie de la derecha oficial en cuestiones menores.
Todo esto sin contar, ¡como si no contara!, con todas las traiciones hechas por
la cantidad de sinvergüenzas que hacen de la política negocio, que usan la
política para enriquecerse, para servirse del pueblo en vez de servirle.
Por
consiguiente, la falsa izquierda se hunde frente a una derecha más coherente y
unida, que proclama ser derecha y actúa consecuentemente. Una gran parte del
electorado de la falsa izquierda empieza a dejar de creer en ella. No así le
ocurre tanto a la derecha oficial que mantiene un voto más fiel, pues ella sí
es más coherente, a pesar de los engaños y las mentiras. Al menos así ha
ocurrido hasta ahora. Veremos si las encuestas que dicen que los grandes
partidos pierden muchos apoyos aciertan y en las próximas elecciones se produce
un vuelco. Por lo pronto, en Catalunya, previsiblemente, la derecha arrasará en
las próximas elecciones autonómicas gracias al hábil manejo de los sentimientos
nacionalistas (de uno y otro signo). En cualquier caso, habrá que trabajar
activamente para que, cuanto antes, se produzca dicho vuelco. Las mejores “encuestas”
son siempre las elecciones y, hasta el momento, los resultados de las
votaciones populares no pueden satisfacer a quienes reivindicamos cambios
profundos. A mí me indigna que mucha gente siga apoyando en las urnas a los
grandes partidos. ¿Cuándo aprenderemos? ¿Hará falta que el país se hunda para
que empecemos a cambiar masivamente nuestro comportamiento en las elecciones?
La izquierda real podría resurgir con fuerza, pero dicho resurgimiento nunca
está garantizado. La verdadera izquierda debe ponerse las pilas para aprovechar
la ocasión histórica que se le presenta. Ahí está el caso de Grecia: la
izquierda más radical sube y casi alcanza el poder, pero los partidos de
siempre, a pesar del desastre en que está sumido el país, siguen gobernando con
el apoyo popular. De lo que no cabe duda es que a los ciudadanos les cuesta
mucho probar algo nuevo, que siguen presos muchos, demasiados, de aquel
pensamiento conservador que dice que más vale lo malo conocido que lo bueno por
conocer.
La hegemonía
cultural capitalista ha logrado que se imponga la falsa conciencia de clase.
Muchos trabajadores votan a sus verdugos. Mientras unos dejan de creer en una
izquierda hipócrita que dice ser de izquierdas pero que ejerce un gobierno de
derechas en lo esencial, en la política económica (si bien procura
diferenciarse de la derecha oficial en matices y en formas), otros siguen
votando a esa falsa izquierda, o lo que es peor (un poco peor pero no mucho),
votan a un partido de derechas que se proclama de los trabajadores. Mientras
gobierne cualquiera de los grandes partidos actuales financiados por el
capital, cualquiera de los partidos que no cuestionan el capitalismo, el
capital dormirá tranquilo y el pueblo seguirá inmerso en una pesadilla
inacabable. Pesadilla de la que sólo puede despertar él mismo. El gran triunfo
del capitalismo es sobre todo ideológico. Una vez ganada la guerra ideológica
es fácil ganar la guerra política. Y mientras se controle la política es fácil
seguir controlando la economía. No es muy peligroso preguntar de vez en cuando
al pueblo qué piensa si se procura primero, mediante una labor continua,
ejercida sobre todo a través de los medios de comunicación, auténticos medios
de adoctrinamiento ideológico, que piense como las élites desean que piense. El
trabajador común actúa tal como sus opresores desean: se busca la vida
individualmente, vota a alguno de los grandes partidos dominantes, no hace
huelgas, etc. Muchos trabajadores se quejan de lo que les ocurre pero no hacen
nada para evitarlo. ¡Qué fácil es quejarse! En el mejor de los casos se
movilizan cuando a ellos les afecta lo que antes afectaba a otros, luchan sólo
por lo suyo (incluso a veces colectivamente, pero no mucho, sectariamente),
muchas veces cuando ya es demasiado tarde. Peor aún, lo poco que hacen muchos
ciudadanos es para empeorar las cosas, como cuando votan a sus verdugos. Se
dice que el miedo, la coacción empresarial, impiden hacer las huelgas a muchos
trabajadores, pero, ¿cómo explicar que muchos voten a sus verdugos en las
elecciones políticas? ¿No es secreto el voto?
Es cada vez
más difícil no ver, no darse cuenta de lo que está ocurriendo. Nadie puede
evitar ya ver que mientras se rescata a los poderosos, a los bancos, no se
rescata a los ciudadanos más necesitados (o se hace tarde y poco). Nadie puede
evitar ya ver que mientras la ley se ceba con los más débiles o con quienes
osan levantar la voz contra la injusticia, la ley es permisiva con los más
poderosos. La crisis, provocada fundamentalmente por la banca y ciertos
políticos, pero en la que el pueblo tampoco está libre de responsabilidad, la
pagan sobre todo los ciudadanos corrientes. Nadie puede ya evitar ver que
mientras hay ley para algunas cuestiones, como para reprimir y criminalizar
toda protesta popular (sobre todo que cuestione el sistema establecido), por
muy pacífica que sea, para otras no la hay, empezando por el hecho de que los
policías que apalean a los ciudadanos en nombre de la ley la incumplen
sistemáticamente al no portar sus placas identificativas. El Estado clasista se
delata cada vez más. La dictadura burguesa, que durante cierto tiempo se
suavizó, ahora se descara. No es que hayamos perdido la democracia, es que
realmente nunca la hemos tenido. Hasta ahora tuvimos una “democracia” de baja
intensidad, necesaria para evitar la verdadera democracia. Pero ahora que las
élites se sienten fuertes ya no necesitan tanto disfrazar su dictadura. Así
como a las personas se las conoce verdaderamente cuando las cosas van mal, lo
mismo ocurre con el Estado, éste muestra su auténtico rostro en las crisis
económicas.
En
definitiva, el problema es del pueblo, de las clases trabajadoras, las que
conforman la mayoría social. Es del pueblo porque él paga los platos rotos. Es
del pueblo porque de él depende fundamentalmente el curso de los
acontecimientos. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo. Nadie puede explotar si
nadie se deja explotar. Cada uno de nosotros somos responsables también de lo
que está ocurriendo. Cuando no queremos ver, somos culpables. Cuando nos
miramos el ombligo, cuando sólo buscamos soluciones individuales, somos
culpables. No somos los únicos culpables, pero también lo somos. Cuando nos
concienciamos pero luego no actuamos en consecuencia, cuando no somos
coherentes, somos culpables. Cuando sabemos que la única manera de luchar
contra un enemigo poderoso es uniendo nuestras fuerzas, es decir, luchando
colectivamente (lo cual no es incompatible con hacerlo también
individualmente), pero no lo hacemos, somos culpables. Cuando nos dejamos
dominar por el miedo, cuando no arriesgamos, cuando no luchamos cuando aún
estamos a tiempo, somos culpables. Todos sabemos, esencialmente, lo que hay que
hacer, pero todavía muchos, demasiados, no lo hacen. Mientras el pueblo no le
pare los pies al gran capital seguiremos involucionando, seguiremos perdiendo
esos derechos que tanto costaron lograr en el pasado, seguiremos
empobreciéndonos para que otros se enriquezcan, seguiremos siendo cada vez más
esclavizados.
Las hormigas
obreras debemos unirnos y rebelarnos. Esto cada vez más hormigas lo sabemos, lo
hacemos, pero muchas, demasiadas, siguen pensando aún que alguien ajeno a
nosotras nos sacará las castañas del fuego. Ya sean ciertos gurús, ya sean
viejos líderes, ya sean nuevos líderes por descubrir, ya sean los mismos políticos
que nos hunden en el fango cada vez más, que provocaron, de manera activa o
pasiva, la situación actual. La mayoría de nosotras, las hormigas obreras, sin
las cuales la sociedad no puede funcionar, en vez de organizarnos, en vez de
votar de manera diferente para obtener resultados diferentes, en vez de premiar
a las organizaciones más coherentes y combativas, en vez de castigar a las que
nos toman el pelo sistemáticamente, nos limitamos a hacer siempre lo mismo, a
no mover un dedo, a criticar a otros, a quejarnos, a lloriquear. Vemos la paja
en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Cuando no estamos concienciadas, nos
acomodamos, incluso cuando “luchamos”. Esperamos que otros resuelvan nuestros
propios problemas. Y lo que es más grave, seguimos depositando nuestra
confianza en los mismos que provocan nuestros problemas, en los mismos que nos
han demostrado reiteradamente que no son capaces de resolverlos, todo lo
contrario. Esperamos de manera ingenua que nosotras, que vivimos en sociedad,
podamos librarnos de lo que le ocurre a ésta. Hacemos como el avestruz,
escondemos la cabeza, nos refugiamos en nuestra familia, en nuestras aficiones.
Pero estamos atrapadas. No podemos aislarnos. Para bien y para mal, vivimos en
sociedad. Tarde o pronto, de una u otra manera, nos afecta lo que le afecta a
la sociedad, directa o indirectamente, a nosotras mismas o a algunos de
nuestros familiares o conocidos. El problema es nuestro. La solución sólo puede
surgir de nosotras. La solución es la democracia, el poder del pueblo. Mientras
no tengamos el verdadero poder estamos condenadas. Mientras nuestro poder sea
sólo potencial pero no real, seguiremos esencialmente igual, incluso peor. Pero
el poder real deberemos conquistarlo nosotras, desprendiéndonos de la falsa
conciencia, de la incoherencia, de la apatía, de la hipocresía, de la
comodidad, del individualismo exacerbado. Necesitamos un cambio de actitud
generalizado. Debemos asumir nuestra parte de responsabilidad como individuos
que forman parte de la sociedad. No podremos dejar de ser súbditos para ser
ciudadanos, niños para ser adultos, ovejas para ser humanos, si no asumimos
nuestra parte de responsabilidad. No podremos ser libres si no somos
responsables. No podremos ser dueños de nuestras vidas si no nos responsabilizamos
de nuestros actos. La sociedad funciona como la mayor parte de individuos hace
que funcione. El pueblo debe asumir su responsabilidad. Sólo así podrá
conquistar la auténtica democracia.
Por todo
ello, yo creo que quienes estamos intentando cambiar las cosas, debemos
replantear nuestra estrategia general. Las ovejas negras debemos centrarnos
sobre todo en concienciar y movilizar al resto del rebaño. El pueblo es el
principal enemigo del pueblo. Nosotros somos nuestros peores enemigos. El
movimiento 15-M, el movimiento 25-S, deben centrar su estrategia, en mi modesta
opinión, en los ciudadanos corrientes. No se trata tanto de dirigirse a los
políticos o a las élites para que nos escuchen y reconsideren sus actuaciones,
que también. Pero no seamos ingenuos. Todo lo que decimos ellos lo saben de
sobras. No pretenden mejorar las cosas. Como los hechos nos están demostrando.
¡Qué tozuda es la realidad! Tal vez logremos que aparenten cambiar algo para
que nada cambie en verdad, tal vez cedan algo para no perderlo todo, para que
la sublevación de una parte de la sociedad no contagie al resto, pero mientras
el poder real lo tengan ellos, los de siempre, nuestros grandes problemas serán
crónicos. Hay que ver sobre todo cómo llegar a nuestros conciudadanos para que,
además de simpatizar con nuestra causa (la causa democrática, un proceso
constituyente, una salida digna a la crisis), que es la suya, se implique
activamente en ella. Las luchas parciales deben converger. Las luchas
sectoriales deben dar paso a una gran lucha general. Además de luchar contra
las injusticias diarias (despidos, desahucios, recortes,…), debemos también
luchar para cambiar radicalmente el sistema. El sistema está podrido de arriba
a abajo, pero sólo puede arreglarse si los de abajo, quienes somos más
perjudicados por él, tomamos la iniciativa. Si no cambiamos nosotros no podrá
cambiar el sistema.
La
revolución social sólo podrá triunfar cuando la mayor parte del pueblo se
implique, cuando millones de ciudadanos salgan a las calles insistentemente
para reclamar un cambio político y económico, empezando por una nueva
Constitución construida desde abajo, con el protagonismo del pueblo. Pero
también cuando esa sublevación callejera llegue a las instituciones políticas a
través del voto, cuando el pueblo actúe con coherencia y vote de manera
diferente. Es por ello imprescindible que nuestros mensajes lleguen a todos los
ciudadanos, teniendo en cuenta que la mayor parte de la gente se “informa” a
través de los medios convencionales, controlados por el capital. Debemos
hablarles de manera clara en un lenguaje acorde a los tiempos actuales,
evitando emplear palabras demonizadas por el actual sistema, usando un lenguaje
inclusivo. Debemos tener en cuenta sus prejuicios para que éstos no sean una
barrera infranqueable. Prejuicios que, con el tiempo, será posible erradicar.
Si revindicamos una democracia real, vamos en la dirección correcta y podemos
aglutinar a más y más gente alrededor de nuestra causa, de la causa que
verdaderamente interesa al pueblo, el poder popular. La clave está en la
democracia, política y económica. Conquistando la democracia política, logrando
una verdadera libertad de prensa, más pronto que tarde conquistaremos también
la democracia económica, sin la cual la democracia nunca está completa. No
podemos construir una sociedad libre y justa si no alcanzamos una democracia
suficiente que la posibilite. La democracia es la infraestructura
imprescindible.
Debemos
intensificar la propaganda en la calle, recurriendo a las “viejas” octavillas.
Debemos aprovechar todas las ocasiones que se nos presenten para transmitir
mensajes sencillos, breves, contundentes, emotivos, al conjunto de la
ciudadanía. Mensajes que lleguen al cerebro y al corazón de los ciudadanos
corrientes. Debemos también buscar dichas ocasiones. No vendrán por sí solas.
Todo lo contrario. Nuestros enemigos procurarán que no surjan nunca. Debemos
acudir a los grandes medios de comunicación (especialmente la televisión).
Designemos portavoces para que acudan a dichos medios. Portavoces, “líderes”,
rotatorios, capaces, elocuentes, sensibles, próximos a los ciudadanos, para lo
cual deben ser ellos mismos ciudadanos corrientes que sufran en sus propias
carnes los problemas de la sociedad. “Líderes” muy poco líderes, que rindan cuentas
a los que lideran en asambleas populares, portavoces controlados por las bases
en todo momento. Si es necesario, movilicémonos frente a las sedes de las
televisiones para reclamar que nuestra voz sea escuchada, presionemos también a
los grandes medios de comunicación, al mal llamado cuarto poder. Mientras no
lleguemos al gran público estamos condenados a no crecer, a no alcanzar esa
necesaria masa crítica para pasar de la indignación a la revolución. Debemos ir
acumulando fuerzas, pero debemos también dar un gran salto. Esto sólo será
posible si logramos llegar a la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos. Una
vez ganada la guerra ideológica será mucho más probable ganar la guerra
política y económica.
Además de
todo esto, cada uno de nosotros debe hacer una labor cotidiana para convencer a
nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos,..., El activismo
debe ser colectivo pero también individual. Además de dirigirnos a la gente
masivamente en ciertos momentos puntuales, además de juntarnos en ciertas
ocasiones, debemos también hacer una labor diaria individual. El boca a boca,
tradicional y digital, es también imprescindible. No podemos permitirnos el
lujo de desechar ninguna manera de propagar las ideas, de llevarlas a la
práctica. Esta lucha nos atañe a todos. Todos debemos colaborar. No debemos
dejar esta titánica labor en pocas manos, en siempre las mismas. Quienes se
esfuercen demasiado, tarde o pronto, se agotarán y desistirán. Quienes se
esfuercen más de la cuenta deberán dar paso a otros, evitando así, de paso, los
peligrosos excesivos protagonismos personales.
Debemos
promocionar otra prensa, otras noticias, otros artículos, otros libros. Hay
alternativas, pero éstas deben salir de los círculos marginales de la sociedad.
Debemos incitar a hacer las huelgas, a protestar en las calles, pero también a
ejercer nuestro derecho al voto con responsabilidad. Para votar a otras
formaciones políticas y sindicales, para dar oportunidad a organizaciones
distintas que hasta ahora no han tenido ocasión de gobernar o representarnos,
para votar nulo o practicar la abstención si no encontramos ninguna opción que
nos convenza. Pero no para votar en blanco puesto que este tipo de voto con la
actual ley electoral española beneficia a los grandes partidos. El voto más
útil es el que contribuye a cambiar el sistema, por lo menos a cuestionarlo, no
a perpetuarlo. Mientras el pueblo sustente en las elecciones a esta falsa
democracia seguiremos involucionando, por lo menos no avanzaremos
sustancialmente. Como mínimo, hay que dejar de realimentar este sistema. Las
élites que nos oprimen se sienten fuertes, crecidas, porque nosotros las
realimentamos a través de las urnas. Como estamos comprobando en la práctica,
de poco nos sirven las manifestaciones callejeras, las huelgas, si una gran
parte de la ciudadanía sigue votando a los de siempre. La lucha en la calle es
necesaria, pero insuficiente. Es imprescindible también que cambiemos
radicalmente y masivamente nuestro voto. Debemos aprovechar al máximo el poco margen
de maniobra que tenemos en nuestras actuales “democracias”. Sólo cuando alcance
el poder político algún partido (o coalición de partidos) dispuesto a hacer
grandes cambios, a defender los intereses de la mayoría social al mismo tiempo
que respetando los más elementales derechos humanos de todo individuo, en los
hechos y no sólo en las palabras, será posible transformar el sistema, será
posible avanzar hacia una sociedad mejor. Y siempre, los ciudadanos corrientes,
quienes elegimos a nuestros gobiernos, deberemos estar atentos para que
respondan y hagan esa necesaria labor. Nuestros votos nunca deben ser cheques
en blanco. Debemos luchar por un proceso constituyente, para regenerar la
democracia, para alcanzar una democracia que merezca tal nombre, pero en
paralelo, debemos también luchar para que nuestros conciudadanos dejen de
realimentar al actual sistema, para que voten de manera más inteligente y
congruente. De nosotros, de la mayoría, del 99%, depende fundamentalmente el
funcionamiento de la sociedad. El problema es del pueblo. El pueblo,
consciente, coherente, activo y unido jamás será vencido.
12 de
noviembre de 2012
Fuente: http://tercerainformacion.es/
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