lunes, 26 de noviembre de 2012

“PORQUE LA INDIFERENCIA Y LA PASIVIDAD SON LA COMPLICIDAD DEL TIRANO”



Lucidez, cultura y democracia
Artículos de Opinión | Antonio Fernández Vicente * | 25-11-2012 | 
 A veces habría que invertir el canon clásico del arte y, en lugar de que éste imite a la realidad, sea ésta la que imite las creaciones artísticas. Hoy en día, cuando tanto se discute sobre intervenciones, el golpe de efecto vendría dado como consecuencia del intervencionismo de los propios ciudadanos en la transformación radical de las hojas de ruta que regulan nuestro vivir colectivo. Las elecciones en Grecia, donde las rupturas con las políticas de austeridad del partido Syriza no han alcanzado el poder son una muestra de cómo la inercia del conformismo perpetúa las situaciones, por inicuas que sean. En Francia, el candidato Mélenchon tampoco obtuvo un respaldo suficiente. En España, el Partido Popular ha obtenido óptimos resultados en Galicia. En las elecciones catalanas, otro tanto ocurre con partidos que son responsables directos de la injusta situación de muchos de aquellos que voluntariamente les otorgan el poder a través de su voto. Uno no deja de recordar el discours sur la servitude volontaire de Étienne de la Boétie: si somos sojuzgados es porque nosotros mismos contribuimos con nuestras decisiones a imponernos las cadenas. Servidumbre voluntaria. Sin nosotros, el poder no es nada. Frente a una ciudadanía hipnotizada en efecto por medio de los discursos políticos, mediáticos que encantan la realidad y ocultan su raíz perversa, urgen visiones alternativas, nuevos modos de estar juntos, de pensar y de construir que contengan lo que Ernst Bloch denominaba “principio esperanza”. En movimientos como el 15M, democracia real ya o en asociaciones como PAH (plataforma de afectados por la hipoteca) ya atisbamos un resurgimiento de tal impulso utópico. Sin embargo, siempre que se trate de minorías, es insuficiente para transformar la vida política.
En este artículo, recuperamos las ideas plasmadas en Ensayo sobre la lucidez (2004) del escritor portugués José Saramago. Se trata de advertir cómo en las narraciones literarias se nos presentan ejemplos concretos de variaciones al curso de los acontecimientos. ¿Cómo cambiar el sistema político? La literatura, sin caer en el relativismo, nos ayuda a oponer a lo que es, lo que no es aún y podría e incluso debería ser. Es la valeur esprit de Paul Valéry. Hay que concebir el libro, en genérico, como un buen amigo que aconseja, nos reprueba cuando es preciso y marca senderos borgianos que se bifurcan. Hay que impulsar el pensamiento en subjuntivo, el de quienes no se adaptan a los presupuestos dictados por otros, por la Troika, por las instituciones financieras, los Mercados y, en última instancia, por sus edecanes en que se han convertido gran parte de los partidos políticos.
Escribía Theodor Adorno en “Spengler tras la decadencia”: “Contra la decadencia de Occidente no está la cultura resucitada, sino la utopía que pregunta sin palabras en la imagen de la cultura en decadencia”. Es preciso pensar y construir nuestro presente desde la diferencia, desde la variación de caminos posibles. El estéril determinismo de la doctrina TINA (There is no alternative) conduce, sin duda, a la opresión y la cómoda sumisión a las leyes inmorales que dictan aquellos que detentan el poder. En este encuentro con lo otro, la literatura en particular y el arte en general ofrecen nuevas cosmovisiones que se alejan, sin duda, de los enfriamientos del entretenimiento televisivo, de las maniqueas cartografías de los diarios de referencia.
La lucidez de la variación
Cuanto más lúcidos somos, menos tendemos de modo irrevocable a repetir esquemas de vida que nos perjudican. Sin duda, nadie podrá rebatir la idea de que del buen conocimiento, del juicio cabal se obtiene la claridad de discernimiento que rompe con las inercias. El pensamiento y la reflexión nos alejan, a marchas forzadas, de la jaula de las primeras impresiones. Es el momento demiúrgico dedicado a pararse en seco, mejor aún en soledad que en compañía, aunque esta soledad esté poblada a buen seguro de ideas y estímulos que provienen de otros, hallados en espacios y tiempos dispares. Detenemos el flujo incesante de acontecimientos. Congelamos sucesos continuos y fugaces para escudriñar sus relaciones de causalidad. Asociamos, por ejemplo, el ataque especulativo de grupos de inversión privados con el desmantelamiento de Estado del Bienestar. Identificamos los vínculos entre los políticos gobernantes y las instituciones financieras a quienes salvaguardan. Entendemos su lógica, por muy ilógica que se revele. Y de esta manera nos hacemos acreedores del poder de variar el curso de peripecias que se cernía sobre nosotros, de antemano, determinado.
De la lucidez nace la variación. Por la lucidez dejamos de padecer de modo pasivo todo aquello que nos sucede. Por ella, nos transformamos en sujetos de acción, en agentes de nuestro destino y, remedando a David Copperfield de Dickens, en héroes de nuestra propia vida, de nuestro relato. Es un acto creativo que soslaya y suspende las corrientes de imitación, las homologaciones que reproducen y hacen de la vida toda una eterna repetición de lo Mismo. Como en el poema de Kavafis,
sigue un día monótono a otro día igualmente
monótono, idéntico. Las mismas
cosas sucederán de nuevo, una y otra vez
las mismas circunstancias nos toman y nos dejan.
El lector adivinará que esta es una de las prerrogativas de la ciencia: comprender, establecer nexos y asociaciones entre fenómenos que precisan de una mirada atenta y pausada para desvelar sus secretos. Descubrimos el lenguaje del libro de la naturaleza baconiano e inventamos otro nuevo mundo a partir del ya existente. El cometido de la ciencia es también el del arte: transformar desde la conciencia. O, como sentenciaba Paul Klee, no reproducir lo visible, sino hacer visible lo invisible. Una de las tareas de la literatura, de la buena literatura, se centra en esta labor de germinación de las latencias que, por acostumbradas, pasan desapercibidas a nuestro intelecto. En la experiencia de la lectura en solitario, no solamente reflexionamos sobre sucesos que acaecen a diario, sobre rutinas y modelos concretos de comportamiento que podrían, o deberían mejor dicho, suprimirse, cambiarse por otros. La lectura proporciona también el escenario idóneo para el examen de sí mismo. Es la ocasión para cuestionar los prejuicios en que basamos nuestro pensamiento, nuestras decisiones y prácticas.
A través de los universos de ficción, a veces se nos presenta con más claridad y mayor nitidez el espíritu de una época, como por ejemplo el monumental Hombre sin atributos de Robert Musil. ¿Quién no se ha sentido aludido en sus confrontaciones internas al devorar los angustiados diálogos solipsistas de Raskolnikov? ¿Hay algo, acaso, que más nos concierna que la críptica relación con la muerte desplegada en los relatos de Poe? ¿Qué decir de los itinerarios de viajes, geográficos y al tiempo espirituales, en el Nostromo de Joseph Conrad? ¿Quién no se identifica con el destino ineluctable y obsesivo que a sí mismo se da el capitán Ahab, en Moby Dick de Herman Melville? ¿Acaso alguien no ha soñado alguna vez, incluso despierto, con ínsulas edénicas sanchopancescas, que se oponen a la miseria de las realidades presentes? Hay que atribuir a esos mundos no existentes en la realidad el poder performativo de configurar nuevos modelos de vida. Se trata de inéditas alternativas, ya presentes como posibilidad en las condiciones actuales, pero que precisan de una plasmación concreta. La literatura debe conducir necesariamente a traducciones en el campo práctico. Son mapas para orientarnos en la vida. De lo contrario, es simple papel mojado.
La lucidez del voto en blanco
En Ensayo sobre la lucidez, José Saramago ofrece el contrapunto dialéctico de la ceguera en la que la guerra de todos contra todos tomaba dimensiones apocalípticas. Su planteamiento altera las corrientes masivas que sostienen, por conformismo, la ilusión democrática. Imaginemos el siguiente escenario: la capital de un país en elecciones, bajo la parafernalia de las campañas propagandísticas de los distintos partidos en liza. Para sorpresa del estamento político, la mayoría de los ciudadanos decide votar en blanco. No se trata de abstenciones, sino de la voluntad manifiesta de oponerse al estado de cosas de un modo radical y sin ambages. Resulta un enigma incomprensible para los gobernantes en tanto con anterioridad no se advirtió movimiento ciudadano alguno que hiciese prever tal desarrollo de hechos. Simplemente, se supone que los votantes han tomado conciencia de que “alguien ha firmado el contrato por ellos mismos”. No ha habido barómetro demoscópico que tomase el pulso y pudiese reconducir las opiniones de los ciudadanos. Simplemente, la desafección hacia la política se ha encarnado, al fin, en un desafío electoral de la ciudadanía.
Como es obvio, desde el momento en que los resultados de un proceso democrático perjudican a las clases en el poder, se tiende a repetir los comicios. Lo que era concebido como un error por los gobernantes se acentúa en una segunda vuelta. Más votos en blanco. He aquí una desviación respecto del curso “correcto” del acontecer. El juego democrático no admite modificaciones sustanciales de la lógica del sistema. Así lo reconoció Saramago en pleno éxtasis del capitalismo especulativo, en 2004.
La ficción de Saramago proyecta la reacción de los gobernantes ante tal desafío de la población. El abandono de la ciudad por las autoridades institucionales tiene por objetivo demostrar que en la ciudad, sin el ejercicio del poder por parte de los gobernantes y sus fuerzas de seguridad, reinaría el caos. Sin embargo, para sorpresa de la jerarquía, la convivialidad y la cotidianidad pacífica se hacen patentes. Aquí sitúa Saramago un contrapunto con el Ensayo sobre la ceguera, donde enfermedad contagiosa que ciega es fuente, a su vez, de las iniquidades y violencias más terribles. Frente a los desequilibrios de poder, a las servidumbres y esclavitudes de la ceguera, la buena socialidad de la lucidez.
¿Qué hacer cuando el proceso democrático reconoce las esenciales carencias del propio sistema? Tanto el gobierno como sus aliados en labores de propaganda, es decir, los medios de comunicación, tratan de buscar culpables, cabezas visibles de la insurgencia para poder desacreditarlos y reprobarlos públicamente. Se pone en marcha la maquinaria de la construcción vertical de la opinión pública. Asimismo, llegan a intentar crear un estado endémico de inseguridad, mediante el terrorismo atribuido a esos grupos imaginarios subversivos o a través de la declaración del estado de excepción. Los resultados de la voluntad popular no son acatados por la clase política cuando éstos son contrarios a sus propios intereses.
Enseñanzas para la variación
El ensayo de Saramago que hemos comentado brevemente nos permite visualizar un mundo utópico que rompe con la distopía de la ceguera. No se trata de grandes revoluciones marcadas por la violencia de oprimidos contra opresores. Simplemente, a través del uso de los instrumentos ya presentes en nuestro sistema democrático, es posible conculcar o al menos hacer tambalear las estructuras de poder. El final pesimista -o podríamos decir realista- del ensayo no hace sino poner en evidencia los innumerables obstáculos que se interponen en la apropiación ciudadana de sus destinos. No es tarea fácil despojar a quienes detentan el poder de las atribuciones que nosotros mismos les hemos dado, por consentimiento tácito y conformista.
La variación nace aquí de la confluencia de percepciones y su posterior traducción en voluntades políticas de transformar la situación actual. Podríamos plantearnos de qué sirven todos los debates que se multiplican en televisiones -sigue siendo el medio mayoritario para informarse-, tertulias radiofónicas, artículos de opinión en prensa. Más valdría leer con atención el libro de Saramago y reflexionar sobre de qué modo podemos verdaderamente subvertir las asimetrías del poder. Habituados al cinismo político, urgen expresiones y acciones contra el sistema que devalúa nuestros derechos; manifestaciones de otras formas de convivencia que se enfrenten al capitalismo especulativo. Parafraseando otra de las obras de Saramago, no hay que dejar que la caverna se adueñe de nuestras formas de vivir. La primera caverna en abandonar debiera ser la mediática, la de los medios que con sus discursos dan pretextos, legitiman un estado de cosas que podría ser diametralmente opuesto. En esta primera caverna se juega a la ilusión democrática, bajo la pretensión de soberanía del pueblo cuando, como es obvio, las decisiones se toman en otros espacios de poder que no son el Congreso o los parlamentos autonómicos. Y se toman estas decisiones para preservar los intereses de los grandes grupos de capital por encima de los intereses del conjunto de la ciudadanía. La deuda esclaviza. Soltemos los grilletes.
* Profesor de Teoría de la Comunicación en la Universidad de Castilla-La Mancha

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