Publicado
en 2013/06/13
LA
LÓGICA DE LA GUERRA FRÍA EMPAÑA EL ENTENDIMIENTO DE LOS BRIGADISTAS
INTERNACIONALES
Hoy
en día, al echar la vista atrás a las Brigadas Internacionales, tendemos a
simplificar a una mera etiqueta las razones que les llevaron a defender la
República Española durante la Guerra Civil: “eran militantes, sindicalistas y
comunistas”. Las etiquetas, sin embargo, y especialmente las de carácter
político, tienden a sellar historias al no ser capaces de dar una explicación,
mucho menos explicaciones históricas. Para entender las razones de los
brigadistas internacionales debemos ir más allá de las etiquetas, tener en
cuenta el orden social en el que vivieron y poner de relieve los cambios
sociales a los que respondían.
El
lector del siglo XXI, en su intento por acercarse a la Europa de los años
veinte y treinta, se encuentra a menudo con el problema de que ésta queda mucho
más lejos de lo que la distancia temporal sugiere, haciendo que los
significados y el contexto de aquella Europa sea a menudo lost in translation,
perdidos en la traducción. En concreto, términos como “activista” y “comunista”
son fácilmente malentendidos desde la óptica de la supuesta “Posguerra Fría” en
que vivimos. Para entender lo que realmente significaban en los años veinte y
treinta del siglo pasado es a otra guerra a la que debemos referirnos.
La
Gran Guerra de 1914-18 supuso un movimiento sísmico para el continente europeo
que se sumó al vertiginoso proceso de urbanización e industrialización, dando
lugar a un nuevo panorama social. Estos cambios habían movilizado ya a millones
de hombres y mujeres, transformando su vida cotidiana, su lugar y medios de
trabajo, e incluso sus formas de vida, mucho antes de que el conflicto armado
los movilizase en el frente y la fábrica. Sin embargo, fue tan sólo cuando la
gente de a pie tomó conciencia de la magnitud de la oleada de muerte y
sacrificio que se les venía encima, que las ideas que pedían voz política y
voto auténtico para todos los miembros de la sociedad se vieron reforzadas.
Si
bien la Gran Guerra dio fin a los grandes imperios europeos, no destronó ni el
viejo orden continental ni las rígidas jerarquías sociales. Aunque la guerra se
disipara en su sentido convencional tras 1918, provocó intensos conflictos fratricidas
a escala nacional, como es el caso de Italia o Hungría, y de los países
recientemente emergidos de entre los imperios, como Polonia, Yugoslavia y
Finlandia. En todos ellos se luchó por ver quiénes tendrían voz política, y
quiénes estarían o no autorizados a pertenecer a estas nuevas ‘naciones’ que
emergieron de la Guerra. En España también surgieron conflictos de esta
naturaleza, puesto que si bien no había participado militarmente gran parte de
su población había sido económica y políticamente movilizada por la guerra,
siendo la dictadura de Primo de Rivera una respuesta a la movilización, o más
bien un intento de mitigar los efectos que de ésta se derivaron.
En
Europa central también hubo intentos parecidos para frenar la reforma política
mediante el despliegue del nacionalismo étnico, así como de su acompañante
habitual, el antisemitismo, con la intención de reconstruir los anteriores
sistemas antidemocráticos como base para estas nuevas naciones. La etnicidad,
sin embargo, no fue el único argumento para la exclusión. Hubo muchos, sobre
todo hombres jóvenes provenientes de zonas en proceso de urbanización, que no
estuvieron dispuestos a agachar la cabeza tras la experiencia de la Guerra
Mundial y que, a pesar de sus esperanzas de cambio, se sintieron defraudados
por las autoridades. Como resultado, una oleada de migraciones llevó a decenas
de miles de europeos a reubicarse.
Así,
Mario, un obrero e historiador antifascista italiano de apenas treinta años, y
Yankel, un chico judío de diecinueve años que había viajado desde Cracovia a
través de siete países, migraron a Francia en busca de trabajo. Allí, ambos
trabarían amistad con el periodista Arthur Koestler durante su internamiento en
un campo de concentración de la República francesa en octubre de 1939, aunque a
diferencia de Koestler, los dos primeros no sobrevivirían a su ulterior
deportación a los campos nazis. Manès Sperber, escritor y psicólogo nacido en
1905 en el seno de una familia jasídica de Zablotów (entonces parte de la
Galicia austríaca, hoy Ucrania), huyó con su familia a Viena en 1916 debido al
avance de la guerra. El exilio en la capital austríaca influiría decisivamente
en el ideario secular y político del joven Sperber, y en su posterior
afiliación al partido comunista en el Berlín de 1927. Encarcelado por los
nazis, fue puesto en libertad gracias a su pasaporte polaco, mudándose a
Yugoslavia y a París, antes de aterrizar en la España de la guerra. Otro caso
similar es el del rebelde adolescente de Budapest que, hecho a los calabozos de
la Hungría que Horthy gobernaba con mano de hierro, no vio otra opción que
buscar una mejor vida en París, para convertirse ya en España en el renombrado
fotógrafo Robert Capa. Producida por un mundo en constante cambio, la marea
migratoria contribuyó a acelerar aún más si cabe el proceso por el que se
estaban cuestionando las normas sociales establecidas.
En
la Gran Bretaña de posguerra, incluso cuando el voto había sido extendido a
todos los varones en 1918 y a las mujeres en 1928, la política y la vida
pública seguían siendo privilegio de una élite social muy restringida. No
obstante, hubo muchos que empezaron a hacer frente a este sistema, como la
joven Patience Darton, que ejercía de matrona en los suburbios de Londres y
emprendía disputas diarias para proteger a los más pobres contra las
intransigentes autoridades de su hospital. Esta experiencia, sumada a sus
creencias religiosas, le hizo tomar consciencia de la necesidad de cambio para
reducir las agudas desigualdades sociales, lo que la llevaría a ayudar como
enfermera en el frente republicano. Patience, a quien la experiencia de la
Guerra Civil “[me ayudó a] convertirme en una persona por mis medios … con una
vida y un trabajo propios”, pertenecía a la misma clase media urbana que
durante los años veinte empezaría a reclamar voz política en España oponiéndose
al excluyente sistema de la Restauración, entonces presidido por Primo de
Rivera.
Esta
lucha por el cambio social se extendió también más allá de Europa, siendo los
inmigrantes de primera y segunda generación quienes tomaron el relevo en
Norteamérica. Instintivamente, sabían que la defensa de la República Española
era una lucha por una mayor igualdad social, pues si bien no conocían los
pormenores del caciquismo, muchos encontraron su equivalente americano en los
poormasters, funcionarios municipales con la capacidad de otorgar fondos de
ayuda a los más pobres y con los que a menudo protagonizaban escenas
traumáticas y desesperadas. Algunos habían tenido experiencia directa en
España, como la abogada Channa Tanz de Hoboken, Nueva Jersey, que fue enviada a
la España republicana por el Comité para la protección de los nacidos en el
extranjero para investigar la reforma penitenciaria y los últimos avances en
política social; o Sam Levinger, el hijo de un rabino de Ohio que, en un
intento por poner fin a las barbaridades e injusticias que venían ocurriendo en
Europa, fue a luchar y morir por la República con apenas veinte años. Y qué hay
del centenar de afroamericanos que se alistaron al batallón Abraham Lincoln, la
primera unidad militar estadounidense no segregada pese a que el ejército
americano continuaría practicando la segregación racial durante la Segunda
Guerra Mundial; o de Evelyn Hutchins, una experimentada conductora que no fue
autorizada a conducir una ambulancia durante la guerra de España por ser una
mujer.
Todos
ellos eran, “exiliados de un tiempo futuro”, tal y como escribiría el
empobrecido poeta Sol Funaroff. Nacido en Beirut en 1911 de una familia humilde
de exiliados judíos rusos cuya propia odisea europea terminaría en Nueva York,
Funaroff también se lanzó a las acciones de solidaridad con la República
Española a pesar de estar muy enfermo desde su infancia y de ganarse siempre su
sustento por los pelos, brillando sin embargo tanto su vida como en su trabajo
pese a morir en 1942 con apenas 31 años de una enfermedad reumática del corazón
conocida como “corazón de la pobreza”. Cada uno de estos individuos vio la
batalla por la igualdad social de la República Española como la suya propia,
pero de manera mucho más compleja y variada de lo que las etiquetas políticas
podrían sugerir. Fueron militantes porque vivieron una época en que el
activismo político ofrecía la posibilidad de actuar a los menos poderosos,
otorgándoles además una coraza para hacer frente al clima hostil de vertiginoso
cambio social.
Todas
estas guerras sociales europeas continuarían librándose durante la la guerra
total de 1939-45, desencadenada por el imperialismo nazi y sus planes de
segregación étnica. Los ejércitos aliados y los movimientos de resistencia que
se les opusieron eran, en gran parte, entidades multiculturales y
multinacionales como lo fueron las Brigadas Internacionales en la guerra de
España. Estos hechos, sin embargo, fueron ensombrecidos tras 1945 por la lógica
de la Guerra Fría, lo que suponía restablecer tanto al oeste como al este
naciones homogéneas étnica, cultural y políticamente.
De
esta manera, la compleja historia social de las Brigadas Internacionales como
parte integral de la lucha por la reforma social en Europa, ha sido lost in
translation. Su memoria, por tanto, ha sido tergiversada acorde al mito del
antagonismo totalitarista heredada de la Guerra Fría que, paradójicamente,
lejos de estar perdiendo terreno a medida que el conflicto bipolar se aleja en
el pasado está ganando popularidad. Así, la realidad del siglo XX europeo como
estando forjado por la migración interna y externa, parece curiosamente
ocultarse tras el velo de una “memoria” más comprometida con el presente y con
el futuro que con el pasado. De esta manera, deberíamos preguntarnos qué
consecuencias puede traer para el porvenir nuestra incapacidad para visualizar
aquella Europa en flujo continuo en todo su detalle y complejidad.
*Helen
Graham es historiadora y autora del libro La guerra y su sombra. Una visión de
la tragedia española en el largo siglo XX europeo (Crítica). Este artículo ha
sido traducido por Pedro Correa Martín-Arroyo.
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