Un juzgado de Berlín ofrece a los hijos de Aribert Heim, médico de
las SS, recuperar su herencia
El mayor se niega recibir nada de su padre y el pequeño acepta el
legado, de un millón de euros
Aribert
Heim, en 1961, con su hijo Rüdiger poco antes de huir.
El
cuerpo de Aribert Heim, el Doctor Muerte, continúa sin
aparecer, pero, al menos, acaba de aflorar su herencia: un millón ochenta y
ocho mil euros. Ese es el legado económico que el criminal nazi más buscado ha
dejado a sus herederos. Un juzgado municipal de Berlín acordó el pasado 3 de
abril aceptar el óbito del Carnicero de Mauthausen —desaparecido durante décadas y
declarado muerto hace solo nueve meses—, examinar los documentos sobre sus
últimos deseos y preguntar a sus dos hijos si aceptan el dinero: Rüdiger, de 57
años, soltero, ha respondido que sí. Su hermano Aideberg, de 63, casado, ha
contestado con una negativa. No quiere recibir nada del hombre acusado de
asesinar a 300 presos con inyecciones de benceno en el corazón en el siniestro
Revier, enfermería, del campo de Mauthausen.
Los
hermanos Heim han mantenido una posición muy diferente desde que su padre se
fugó de Alemania cuando ellos tenían seis y doce años. El menor contactó con él
en su secreto refugio en El Cairo (Egipto), le ayudó, visitó varias veces y
acompañó durante sus últimos días de vida. Creyó en su inocencia y mintió sobre
su paradero. El mayor no quiso saber nada de su progenitor ni volvió a verlo
jamás. Dos actitudes distintas frente al mismo padre. “Me ha dicho que no quiere
nada de él y así lo hemos comunicado al juzgado”, afirma Rüdiger de su hermano.
Después
de una búsqueda infructuosa que duró 50 años, el juez Neerforth cerró el pasado mes de
septiembre la búsqueda de uno de los hombres más odiados y perseguidos de
Alemania. Documentos aportados al juzgado por Freitz Steinaker, de 91 años,
abogado y amigo del nazi, y por Rüdiger Heim, su hijo menor, demostraron que el
Doctor Muerte falleció en agosto de 1992 en El Cairo (Egipto) a los 78 años
víctima de un cáncer de colon. El apuesto médico de las SS murió en los brazos
de Rüdiger, el que ha aceptado la herencia, en su habitación del hotel Kars el
Medina, donde vivió escondido bajo el nombre de Tarek Hussein Farid, identidad
que adoptó cuando en 1980 se convirtió al islam. Los dueños del hotel, la
familia Doma, asegura haber visto su cadáver.
Rüdiger Heim
El
5 de mayo de 1962, poco antes de su fuga, Aribert Heim redactó una breve nota
fechada en Fráncfort bajo el título de “mis últimas voluntades” y un texto que
dice así: “Mis herederos tienen que ser mis hijos, al 50% cada uno”. En su herencia
excluyó a Frield, entonces su esposa. El testamento estaba en una vieja maleta
de cuero, con documentos, en la que el nazi guardaba sus recuerdos en el
refugio de El Cairo.
El
origen de Aribert Heim era humilde. Su padre era policía y su madre ama de
casa, austriacos. Al terminar la guerra, el médico de las SS fue detenido y sometido a un proceso de
desnazificación en una mina de sal de los Aliados. En 1947 quedó libre, conoció
a Frield, una médica perteneciente a una rica familia alemana, y se casaron.
Los Heim se instalaron en un precioso palacete de los padres de ella en Baden
Baden y ejercieron de ginecólogos. Luego llegaron Aideberg y Rüdiger, que solo
tenían doce años y seis años cuando un policía apareció en su casa y comenzó a
hacer preguntas sobre la estancia del doctor en 1942 en la enfermería de
Mauthausen. Heim huyó y se esfumó para siempre. “Mi madre no tenía problemas
económicos. Poseía medios y no dependía de mi padre. No me parece extraño que
no apareciera en ese testamento”, responde Rüdiger. Los Heim se separaron en
1967, cinco años después de su fuga. Frield inició una nueva relación en Baden
Baden que ha durado hasta ahora.
Además
del viejo testamento de 1962 encontrado en la maleta de El Cairo, el juzgado de
Berlín acaba de recibir el original de otro legado nuevo. Está fechado en 1980,
y Heim ordena en él dejar las tres cuartas partes de su herencia a Frield, su
exesposa, y el resto a sus dos hijos a partes iguales. Pero, Frield, una mujer
amable que hasta hace muy poco atendía al teléfono, falleció el pasado mes de
diciembre, a los 90 años, en su casa y acompañada de su hijo Rüdiger, que ha
convivido y cuidado de ella hasta su muerte. El nuevo testamento contempla la
entrega de otros bienes a unos familiares. Heim tuvo una hija de otra relación
que vive en Chile.
El
millón ochenta y ocho mil euros que ofrece al juzgado municipal a los hermanos
Heim procede de un edificio de Berlín con 34 apartamentos de
alquiler que el Doctor Muerte había comprado en 1958. Cuando en 1979 se formalizó
la acusación del tribunal de Baden Baden contra el criminal nazi, la justicia
embargó el inmueble. Un tribunal de Berlín creado por los Aliados al terminar
la Segunda Guerra Mundial y facultado para expropiar a los nazis le multó con
510.000 marcos alemanes, el valor del edificio en aquella época, pero el
tribunal de Baden Baden no consintió la venta. El abogado Karlheinz Sendke,
tutor en ausencia del Tribunal de Tutelas de Berlín, administró la propiedad.
“Siempre creímos que el patrimonio de mi padre se había perdido”, dice Rüdiger.
La
presión de los vecinos por el estado del edificio logró que el tribunal de
Baden Baden levantara el embargo en 1988 y lo vendiera. El dinero se invirtió
en fondos y acciones que alcanzaron 1,4 millones de marcos y que han
permanecido embargados. Una llamada, en marzo de 1997, de Alexander Dettling,
el policía de Stuttgart que seguía la pista del Doctor Muerte por todo el
mundo, descubrió a la familia la existencia del dinero: “Quiero comunicarle que
hay una cuenta a nombre de su padre en Berlín por valor de 1.400.000 marcos. No
quiero comprarle, pero si su padre está muerto sus herederos cobrarán el
dinero”, le dijo a Rüdiger.
Desde
entonces Rüdiger ha tardado 13 años en decir la verdad. La confesó en 2010 al
juez Neerforth, meses después de haber negado a EL PAÍS conocer el paradero de
su padre. “Creo que mi padre cambió el testamento porque los apartamentos de
Berlín los compró con un crédito avalado por mi madre. Era justo que ella fuera
la mayor heredera”, afirma.
Las 21 cartas que Heim envió desde Egipto a sus
familiares —todas con nombres en clave— revelan la preocupación que tenía sobre
cómo aceptarían sus hijos los horrores que le achacaban testigos de la
enfermería de Mauthausen. “No entiendo a la madre de los niños. Debería tener
más madurez para activar la autoestima de nuestros hijos y para promover la
independencia de alma y espíritu en su entorno. Sería difícil en una situación
de pobreza, pero no es el caso”, reprochaba en una misiva del 24 de diciembre
de 1982.
Aideberg,
el hijo mayor, no volvió a ver a su padre. Le escribió una carta de despedida
cuando supo por su hermano que le quedaban semanas de vida. Estudiaba medicina
cuando se hicieron públicas las acusaciones. “Le afectó mucho. Nunca ha querido
saber nada”, explica Rüdiger, el hijo menor, que todavía defiende a su padre.
“La verdad judicial y la verdad de mi padre son diferentes”, esgrime.
La
acusación fue redactada cuando el médico de las SS llevaba 17 años huido en
Egipto y su introducción decía así: “Seleccionó a presos sanos, jóvenes y
judíos para un tratamiento especial tanto en el campo como en la enfermería.
Con la colaboración de otros funcionarios presos y ayudantes de la enfermería,
los anestesió con éter y cloroformo para simular un examen médico. En este
estado de desamparo les aplicó con sus propias manos una inyección de cloruro
de magnesio en el ventrículo del corazón que tuvo el efecto esperado de la
muerte inmediata de la víctima”.
¿Qué
va hacer con el dinero? “No lo sé, necesito analizarlo”, responde Rüdiger.
Fuente:
www.elpais.com
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