Publicado el 5 junio, 2013 por Juan
Carlos Monedero
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/politica/si-paracuellos-un-genocidio-los-130000-asesinados-por-franco-son-diez-genoc
No
es pensable un debate en Alemania donde un historiador, aunque sea de quinta,
defienda que debe haber una Plaza de Hitler porque hay una Plaza Willy Brandt.
Ese es el argumento que se esgrimió en el debate que tuve anoche con Mario
Conde de telón de fondo. Si hay una estatua de Largo Caballero, debe haber una
estatua del genocida Franco. Y las ejecuciones sumarias, la represión, los
cuarenta años de dictadura, se entienden como lo mejor que le ha pasado a
España. ¿Es tolerable? ¿No es verdad que por mucho menos está Otegui en la
cárcel?
Desapacible
debate en Intereconomía con un profesor de historia, Fernando Paz, que se
reclama a sí mismo, “sin complejos” -siguiendo las enseñanzas de Aznar- como
fascista. La verdad, descoloca un poco cuando la miseria moral de los
personajes nos hace recordar la frase de Heráclito de los cerdos que prefieren
el fango al agua limpia. ¿Qué podemos compartir en la convivencia social cuando
alguien es partidario del exterminio de la “antiEspaña”? No deja de ser
interesante, por otro lado, la coherencia. Paracuellos es un asesinato
terrible, vil, que clama al cielo y a la historia. La represión franquista en
Badajoz o el bombardeo de Guernika, “hechos de guerra”. Y, por supuesto, el Che
un asesino infame, Chávez un dictador sangriento (aunque en el vídeo esté
cortada esa parte) y los ayuntamientos democráticos españoles nacidos en
1979, una conspiración enemiga de los grandes logros de Franco.
Coherencia fascista en 2013. Qué pena de país tenemos.
¿Merece
la pena tener estos debates? Decir sin más que no puede ser un error. En la
Inmaculada Transición, historiadores serios le pararon los pies a Ricardo de la
Cierva (por cierto, el que negaba que hubiera sido la Legión Condor la que
arrasó Guernika) o a Salas Larrazabal (el que decía que Franco había asesinado
menos que los que mueren un fin de semana en accidente automovilístico). Así,
bajando al nivel de los propagandistas del franquismo, pudieron contrarrestar
sus argumentos. Luego, se pusieron estupendos. ¿Cómo iban Santos Juliá o
Álvarez Junco a discutir con indocumentados como César Vidal, Pío Moa o Jiménez
Losantos? Esa renuncia -que tiene una parte claramente comprensible- les dejó
el campo libre y terminaron presentando el Diccionario Histórico, financiado
por dinero público y elogiado por Rajoy, donde Azaña es un roba gallinas y
Franco un héroe de la patria que gobernó este país como cualquier otro
presidente democrático.
Pero
tampoco está claro dónde se debe dar esa batalla. ¿En los platós de las
televisiones que hicieron cotidianos los excesos que terminaría asumiendo en su
quehacer de gobierno el Partido Popular? Cuando no se comparten los mínimos
de decencia democrática ¿para qué discutir? ¿No es una forma de naturalizar
esas opiniones que en otros países incluso están penadas por formar parte de la
apología del fascismo? ¿No colaboramos a darle carta de normalidad a personas
que en una democracia más sólida no podrían estar en los medios?
La
fauna de estos programas sigue perteneciendo a la España del esperpento -una
España atrasado, anclada en el Antiguo Régimen, predemocrática-. No es fácil
bajar al nivel de un banquero que no ha devuelto el dinero que robó en su día y
por lo que fue condenado, de un político madrileño que siempre sale en las
conversaciones sobre el Tamayazo o en discusiones inmobiliarias, de un
tertuliano hijo de falangista que llamó en ese mismo programa “zorra” a una consejera
catalana, de un historiador profesor de instituto que si fuera coherente con lo
que dice -y uno quiere pensar que es solamente retórica fascista más que
fascismo real- volvería a fusilar al amanecer, de provocadores que se jactan de
tener sexo con menores, de tertulianos con el eje de gravedad sospechosamente
inclinado y que salen en las noticias por altercados en bares nocturnos…
Los
abajo firmantes en el Reino de España siguen siendo los famosos. Andamos flojos
de intelectuales y de premios Nobel. ¿Se solventa esa ausencia habitando en las
televisiones? ¿No hay otro reconocimiento que el de los medios? ¿Por qué este
país ya no es capaz de poner en antena un debate pausado con expertos sobre el
tema como lo fue en su día La Clave? ¿Si las cosas no son divertidas,
vertiginosas y con efectos especiales ya no interesan? ¿No somos capaces nada
más que de monólogos que sean una sucesión de chistes? Alberto San Juan está
intentándolo de otra manera contando su Autorretrato de un joven capitalista español
donde revisita la transición. La Tuerka y Fort Apache intentan otro tipo de debates
ganándose el interés de las nuevas generaciones. Editoriales como Traficantes de
sueños se atreven a hacer las cosas de manera diferente… Hay más
alternativas en marcha de las que imaginamos. En la política, en los medios, en
la cultura.
Mientras,
los debates en las grandes cadenas siguen mirándonos con su hambre atrasada,
ojos de león antes del festín; enfrente, el cordero que sonríe porque cree que
sabe lo que está haciendo. Forma parte ya de la merienda del felino.
Fuente: www.publico.es
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