jaume-grau
05 junio 2013
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, Stefan Zweig
dejó su cómoda residencia en Suiza,- donde se había exiliado a causa de
sus ideas antibelicistas-, y se instaló en Salzburg, para compartir los
sinsabores de la derrota y la posguerra con sus compatriotas, según nos cuenta
en El mundo de ayer, memorias de un europeo. Austria y Alemania habían
salido derrotadas de la guerra y la actividad económica se precipitó por debajo
del umbral de la pobreza, con una inflación galopante. La población se
enfrentaba al reto de sobrevivir a diario, sin tregua ni margen para planificar
el futuro, con lo justo para pasar unos días, o tan solo unas horas. A pesar de
esa extrema pobreza y de la precariedad, Zweig observó sorprendido y
admirado como una gran parte de sus compatriotas invertían parte de sus
escasos bienes en actividades culturales: música, teatro, lectura, cine. Zweig
explica este fenómeno por la necesidad de los austriacos de huir de la infinita
miseria de sus vidas, para elevar su espíritu, aunque fuera solo por unas
horas, por encima de la mera subsistencia, para vencer la opresión y vivir como
hombres libres.
En
la misma línea de lo que defendía Zweig, Federico García Lorca afirmaba en
un discurso del año 31 dirigido al pueblo de Fuente Vaqueros que si llegara a
pasar hambre no pediría un pan, pediría medio pan y un libro. Fiel a sus
principios, y dentro del programa de la República “misiones Pedagógicas”,
García Lorca y la Barraca llevaron las obras del teatro clásico español a
aquellas zonas de España en las que era difícil el acceso a la cultura.
La respuesta del público era magnífica.
En
las misma época en que la Barraca recorría la península ofreciendo teatro, en
Barcelona Pau Casals fundaba l’Associació Obrera de Concerts, para que el
proletariado pudiera disfrutar de la música. El éxito de público y de
participación sorprendió a Casals que contemplaba emocionado las lágrimas de
los obreros mientras escuchaban por primera vez a Beethoven.
El
consumo de cultura como receta para elevarse por encima de la crisis económica
que nos subyuga me parece en extremo eficiente, lo era en el periodo de
entreguerras y lo es ahora, aunque el gobierno del PP parece no pensar de
la misma manera. Para los populares la cultura es una amenaza, un caldo de
cultivo de disidencias, una actividad productiva el beneficio de la cual
parece fútil y etéreo. Por eso el ministro Wert gravó con un 21% las
actividades culturales, por eso el gobierno del PP ha disminuido de manera
drástica las aportaciones públicas a la cultura. La política cultural del
ministro Wert no está solo pensada para castigar a unos creadores díscolos con
el poder y poco afines a su ideología política, los populares aspiran a algo más.
El PP quiere transmitir a la sociedad en su conjunto la idea de que la cultura
es prescindible, que se trata de un lujo, de algo innecesario, que la cultura
es patrimonio de las elites.
Zweig,
Lorca o Casals, son fruto de un tiempo que se esfumó, de un periodo en el que
los creadores y artistas se sentían comprometidos con su entorno. Lorca dijo en
su discurso del medio pan que sin cultura que les fortaleciese el
espíritu los hombres se convertían en máquinas al servicio del estado, en
esclavos de una terrible organización social. El temor de Lorca se ha
materializado 80 años más tarde, con la política cultural del gobierno popular,
con la inestimable colaboración de una programación televisiva estúpida, soez y
alienante y con la ayuda de algunos artistas, creadores e
intelectuales más preocupados en tender la mano en la ventanilla de la
sociedad de autores que en hacer llegar la cultura al pueblo.
Fuente:
www.publico.es
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