lunes, 28 de octubre de 2013

LAS HERMANAS TOUZA, HEROINAS EN SILENCIO. LA HISTORIA DE LOLA TOUZA


"Un hombre de estatura elevada, barbudo y sucio, tapado con un abrigo de mendigo, está acurrucado en una esquina del único banco de madera del andén. Lleva todo el día mirando de reojo pasar vagones Miño abajo. Cae la noche de abril sobre la estación de ferrocarril de Ribadavia. La voz sale desde el quiosco, famoso por las rosquillas, dulces de almendra y licor de café, que regentan las hermanas Touza: «Mira ese hombre, lleva todo el día ahí sentado sin coger un tren...». Año 1.941. Europa se desangra en la II Guerra Mundial. Los judíos que pueden huyen hasta el mismísimo fin del mundo para escapar de las llamas del Holocausto. Lola, una de las hermanas de la cantina, no duda en acercarse al forastero. Le habla en español. Él responde, con sus tristes ojos azules, en lenguas que ella no comprende. ¿Compasión, instinto? La gallega nunca explicó por qué dio cobijo en su casa a aquel desarrapado. Pero lo hizo."
Aquí comienza esta historia de tres hermanas que salvaron la vida a más de 500 judíos.
Las tres hermanas nunca comentaron aquella operación tan arriesgada a nadie que no fuesen ellas y quienes formaban la red que habían tejido para evitar la muerte de judíos.
El nombre de aquel flaco judío-alemán de los ojos azules, llegado de Lyon, de donde se había escapado del campo de concentración con un asturiano al que las balas nazis mataron tras la huida, fue uno de los muchos que Lola y sus valientes cómplices se llevaron a la tumba, pero
no han sido sus familiares quienes han descubierto el juramento de silencio que las Touza se hicieron en vida, si no un viejo judío neoyorquino que por 1.964 quiso saber qué había sido de aquella mujer que le llevó una noche sin luna a la libertad, al otro lado de la frontera. Se llamaba Isaac Retzmann y, como tantos otros salvados por la cantinera ribadaviense, pudo alcanzar América en 1.943. Retzmann había conocido a un emigrante gallego en la Gran Manzana, Amancio Vázquez, y, sabiendo que éste volvía a su país natal de vacaciones, le pidió encarecidamente que preguntara por las hermanas Touza. Tenía 70 años y una delicada salud que le hacía presagiar una muerte anticipada. El encargo terminó llegando a un librero de Vigo, Antón Patiño Regueira, y con él empezó a alumbrarse esta historia oculta que Crónica del periódico El Mundo desveló en exclusiva en un artículo de Paco Rego (Antón dejó escrito antes de morir, en 2005, el esbozo de la verdad de estos héroes de Ribadavia). Antón se interesó por la historia y se reunió con ellas; poco antes de su muerte, en el año 2005, y dio a conocer los hechos en su libro Memoria de ferro.
Durante la Segunda Guerra Mundial, miles de judíos escaparon del terror nazi a través de España. Haim Avni, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalen y el historiador Bernd Rother coinciden en que a Franco le resultaba indiferente el tránsito de judíos a través de España, aunque se cuidó mucho de impedir el asentamiento no permitiendo que entrara ningún nuevo contingente de refugiados, hasta que el anterior hubiera abandonado el territorio español. Coinciden también en que los españoles veían a los judíos como extranjeros. El drama de la persecución nazi no estaba presente entre ellos,  y agregan que la ayuda de los españoles a las víctimas se basó en la solidaridad.

De Lola Touza, la más bella de las hermanas, se sabía que su imagen había ilustrado una estampa que circuló por el frente de guerra del 36 para animar a las tropas, que los niños de Ribadavia aprovechaban los recreos del colegio para ir a su quiosco a probar deliciosos dulces caseros, y que era una madre soltera más, de las muchas de la época. Lo que nadie sospechaba era que la popular mujer de la cantina valía mucho más por lo que callaba.

Las hermanas Touza, Lola, Amparo y Julia, vivían en un peculiar casino, en el que se jugaba a las cartas, y había un salón de baile, lugar también en el que las hermanas, en los duros años de la posguerra daban de comer y ofrecían ropa a gente que se veía obligada a emigrar en busca de trabajo. Regentaban además un kiosko, la cantina de la estación de tren de Rivadavía, con lo que estaban al tanto de la clandestinidad acaecida tras la guerra, siendo un zulo de la cantina el escondite que utilizaban algunos vecinos para guardar el Cafe Sical que conseguían de contrabando.

Su casa estaba separada tan solo unos metros de las ventanas del Ayuntamiento de la Villa donde se encerraban al principio a los presos durante la guerra civil. Ellas llevaban comida a los presos encarcelados, y desde la cantina de la estación, ayudaban tanto a los presos que eran transportados en convoyes a las cárceles de Vigo como a los soldados que se apretaban en vagones de camino al frente (muchos casi niños). Fueron encarceladas durante la guerra civil por socorrer a presos.

Con aquel hombre del andén, las hermanas Touza empezaron a tejer una red de fuga (dicen que la más importante de la península). Esta red se iniciaba en Gerona, en la frontera con Francia, y en un primer tramo llegaba hasta Medina del Campo, y desde allí continuaba hasta Monforte y Rivadavia, donde solían llegar los judíos perseguidos al anochecer (Judíos y otros perseguidos llegaban a Ribadavia marcados y contactados desde Monforte. Los enlaces los conducían hasta ellas en su cantina de la estación y corrían con los gastos de coches y guías que esperaban al otro lado de la frontera). En la fase final, eran llevados a la frontera portuguesa, y desde el País vecino embarcaban rumbo a América o puertos del norte de África. El Cantábrico era más peligroso por estar más controlado por los alemanes.  Para esta labor, se rodearon de colaboradores fieles hasta la muerte, José Rocha Freijedo y Javier Minguez Fernandez (El Calavera), ambos taxistas, Ricardo Pérez Parada (El Evangelista), un tonelero que había aprendido inglés y polaco siendo emigrante en Nueva York y hacía de traductor, y el barquero Ramón Estévez. Según la ruta que eligiera Lola (tenia 3: por senderos, por carreteras de tercera y cruzando el Miño), actuaban sus cómplices, héroes anónimos también.

Con los bailes organizados en el casino, no solo sacaban un dinero extra para capear las penurias de la posguerra, si no que hacían caja para su causa clandestina. Ramón Estevez Arango dice de Lola que "a su lado nadie pasaba hambre. Vendía cualquier cosa con tal de ayudar a un solo judío, porque era una persona extremadamente generosa."
Con el dinero conseguido, pagaban algunos favores, y el resto se lo daban a los judíos escapados.

Todo empezaba con la llegada de un convoy señalado a la estación de Ribadavia. Lola esperaba con su cesta llena de rosquillas, caramelos y dulces de almendra en las manos. A veces los ofrecía por las ventanillas desde el andén, y otras veces se subía al tren y recorría los vagones con su mercancía. Entonces se encontraba siempre con alguien que le anunciaba la llegada inminente (día, hora y vagón) de una nueva tanda de judíos.
Los días de llegada, Lola era la primera en abandonar el quiosco, y auxiliaba a los judíos que llegaban. Los escondía en su casa y les daba alojamiento y manutención con la complicidad de sus hermanas. El mensaje de que unos judíos estaban a punto de llegar corría a los oídos del Calavera, y en el silencio de la noche elegida se consumaba la fuga a bordo de su taxi, un Dodge negro americano.
Ninguna de las tres hermanas se casó. Lola era madre soltera, y su hijo murió sin saber las hazañas de su madre. En los años 50, Lola, Amparo y Julia dejaron la actividad del casino y se dedicaron a atender solo la cantina de la estación. Lola murió en 1.966 de un ataque al corazón en la cantina, como apunta su nieto "con las botas puestas".

La revista sefardita Aki Yerushalayim , de cultura judeo española, en su número 83, correspondiente a abril de 2008, dedicó en Israel unas paginas a las tres mujeres de Ribadavia. Es un texto de Lolin Lira Pousa poniendo en conocimiento del mundo semita la hazaña de Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez. El 7 de septiembre de 2.008 recibieron en su Ribadavia natal un emotivo homenaje póstumo en reconocimiento a su labor de ayuda desinteresada a judíos perseguidos por el nazismo durante la II Guerra Mundial. En una colina de Jerusalén hay un árbol plantado en honor de Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, as de Ribadavia, plantado por El Centro Peres por la paz. El Centro de Estudios Medievales de Ribadavia ha solicitado a Israel la declaración de Justas de las Naciones para las hermanas.

He leído en varios sitio como a Lola la llaman "La Schindler de Rivadavia". En toda la entrada ni lo he mencionado, porque a tantos héroes se les califica como los "Schindler xx", que me parece que solo él fue importante, y los demás fueron secundarios, y para mi, tanto las hermanas Touza como tantos otros tienen su propio nombre, y lugar en la historia como para no necesitar ser comparados con nadie.

El nombre en clave de Lola era: La madre. Las hermanas eran: LAS MADRES.

¿Qué pasó con el hombre del andén, gracias al que empezó esta historia?, aquel hombre barbudo y sucio de tristes ojos azules, se llamaba Abraham. Una mañana de 1.941, Lola se acercó a Francisco Estévez mientras descargaba un vagón de ladrillos, junto a su hijo y le preguntó: "¿cuándo vais de pesca?, necesito que me hagáis un favor. Tengo aquí a una persona que quiere pasar a Portugal, pero no quiere hacerlo en tren ni por carretera." Lola había oído que dos agentes de la Gestapo merodeaban por los alrededores del pueblo buscando un judío-alemán que había escapado. Esa misma madrugada, a las 4, Francisco y Ramón Estévez acudieron a casa de Lola armados con sus cañas de pescar. Le dieron una caña al hombre, y le dijeron que no hablara. Se fueron directos a la orilla del Miño, y echaron a andar toda la noche.
Nadie podía sospechar puesto que era normal que los pescadores salieran a esas horas en busca de un sustento para matar el hambre, pero por si acaso, Francisco se quedó atrás mientras su hijo y el extranjero aceleraban el paso. Horas más tarde, tras casi 40 kilómetros, llegaron a Frieira, aldea gallega que linda con Portugal. El alemán le preguntó al chaval si le importaba que se quitara la ropa, y al responder éste que no, la dobló y se la ató a la cabeza con el cinto del pantalón. Le dijo a Ramón, "te recordaré toda la vida, amigo" mientras le daba un duro de plata alfonsino, y se echó al agua, alcanzando poco después la orilla portuguesa.
En el antebrazo llevaba tatuado el número 451, y dijo que se llamaba Abraham Bendayem.

El servicio secreto británico contaba en Vigo con un espía que seguía de cerca los pasos de los alemanes. El MI5 anunció que desclasificaría pronto algunos papeles de la guerra, por lo que es posible que en los documentos desclasificados aparezca "La Lista de Lola", para conocer el número exacto de judíos a los que ayudó, y sus nombres.


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