miércoles, 29 de enero de 2014

Y SI NO HUBIERA FINAL DE LA CRISIS?

Alberto Requena | Presidente del Partido Socialista en la Región de Murcia
nuevatribuna.es | 28 Enero 2014 - 15:15 h.
Llamamos crisis a la situación que estamos atravesando. Pero crisis implica que hay posible superación, que pasa, que tiene final. Se ha instalado en la sociedad la idea del comportamiento cíclico de la economía, entre otras y se ha asimilado “genéticamente” la eventualidad de los periodos depresivos. Estrictamente hablando, crisis implica cambios que entrañan evolución, dentro de un orden, es decir, previsibles, porque de no serlos, supondrían una revolución por la profundidad y violencia de los mismos, en relación con la situación establecida en un momento dado.
    Claro que, en el fondo, el propio lenguaje limita psicológicamente el alcance de los acontecimientos. Para empezar, la suposición de evolución asociada a una crisis es engañosa, por cuanto en realidad lo que el término crisis conlleva es la superación de la misma y, veladamente, el restablecimiento de la situación de partida y, en el mejor de los casos, haber aprendido algo que, también supuestamente, evitará que se vuelva a repetir. Todo se basa en aplicar experiencias pasadas, vividas y sufridas, bajo el supuesto de que todo es homogéneo y que los criterios a aplicar para solucionar las crisis son, poco menos, que universales e infalibles. Cómo mucho, en el lenguaje popular, hay que esperar a que “escampe”, como si solamente se tratase de una tormenta. Es decir, se supone que las cosas, solas, sin que nadie las toque, al final, vuelven a su cauce.
Cabe pensar que las consecuencias intelectuales derivadas de episodios críticos, han pasado por alto alguna de las variables más significativas. De no ser así, no es posible que nos veamos enfrentados, cada vez, a un escenario distinto y tratemos de salir de él, con  las mismas o parecidas herramientas. Para empezar, las pérdidas sufridas en estos procesos críticos, suelen valorarse, reducidamente, en términos económicos. Pero es que ni siquiera este ámbito de valoración es ajustado. Económicamente ¿según quién? ¿la globalidad proporciona un buen indicador? ¿es suficiente? Puede que queden aspectos latentes, perjudiciales, que emerjan posteriormente con mayor virulencia.
Los datos conocidos recientemente, por el trabajo de Intermon Oxfam, nos alertan de lo peor. La llamada crisis está azotando con fuerza inusitada a la población más indefensa. En modo alguno ha supuesto esta crisis la toma de medidas de ajuste que hayan hecho recaer la mayor intensidad de la respuesta a la población más pudiente. Todo lo contrario, los más modestos y la clase media han cargado con el “marrón”.  Si 20 personas reúnen lo mismo que el 20% más pobre de la población, quiere decir que 20 personas acumulan lo mismo que más de 8 millones de personas. Son cifras  impúdicas, desde luego. Pero lo peor es que la crisis está agravando esta monstruosa desigualdad.
Llegamos a este punto de la crisis con el impacto de las medidas tomadas por los gobiernos del PP, pero debemos analizar el punto de partida, que no es otro que el sustrato que emergió de la anterior crisis y las medidas que se tomaron entonces. Durante el periodo de bonanza económica anterior se fue gestando la denominada burbuja inmobiliaria que no estaba funcionando, tampoco, ni de forma transparente ni equilibrada. Los beneficios los acumulaban unos cuantos y se llegó al inicio de esta crisis actual, con un problema de pobreza, que alertaban unos cuantos, pero no todos compartían. Las Estadísticas  de la UE arrojaban una cantidad creciente de personas que vivían en la pobreza. A inicios de 2007 el INE daba la cifra de que  un 19.6% de los españoles vivían por debajo del umbral de la pobreza. Cabe en este punto, precisar el concepto de pobreza, definida en  Europa de forma relativa, es decir, se calcula el porcentaje de pobres mediante la ordenación de todos los españoles por niveles de renta, se calcula la mediana (que es la renta que queda justamente en medio) y se establece como referencia, de forma que todas las personas que tengan una renta por debajo del 60% de la mediana, se consideran pobres. Es una pobreza relativa, pero significativa, claro está. Puede que sea un indicador más que de pobreza, de desigualdad social. En los países en vías de desarrollo la definición es más contundente, dado que la referencia se establece en la población que vive con menos de un dólar diario. Esta cifra es difícil de superar a la baja en Europa, ya que pidiendo limosna, es difícil no  obtener 1 dólar diario. Desde mediados de los noventa, cuando el PP se hizo cargo del poder en España, no ha mejorado  el índice de pobreza, pese al crecimiento económico asociado a la burbuja inmobiliaria.
El punto de partida en cuanto a la pobreza se refiere, al  inicio de la crisis ya era notable. Pero las medidas adoptadas por los gobiernos actuales en la gestión de la crisis ha agravado la situación. Ahora dice el FMI, Ms. Lagarde al micrófono, que la crisis ha finalizado, ¿para quién? ¡Está por ver! Pero hay serias dudas de que podamos volver, siquiera, a la situación de partida, que, por otro lado,  no es deseable. Todo parece evidenciar, cuando no ha habido cataclismos de conflagraciones de alcance mundial, como en otros momentos históricos, que en cada crisis hemos ido dejando “pelos en la gatera”.
Es posible que la crisis como tal no finalice, ¿por qué no? ¿Qué pasaría si los 6.000 000 de parados o una parte sustancial de los mismos, no vuelven a encontrar trabajo? ¿Qué pasa si siguen aumentando los niveles de renta de unos pocos y la mayoría sigue en la penuria? ¿Qué ocurre si la Seguridad Social sigue en déficit como en 2013 y 2012, acumulando pérdidas anualmente? ¿Qué pasa si no sólo acumula déficit un año tras otro, sino que las propias instancias públicas siguen llenando las listas de paro, dando de baja a funcionarios? ¿Estamos preparados para esta contingencia? ¿Somos capaces de entrever un mundo en el que la crisis actual no termina? ¿Cómo reorganizamos nuestras vidas? ¿Qué estructura socio-política puede gestionar tal enredo?
Los cambios que se han efectuado en nuestro sistema de convivencia han sido, hasta ahora, cosméticos, dejando a un lado las intervenciones y limitaciones en derechos que el PP ha aprovechado para laminar, lo que requiere consideración aparte Nuestros actuales gobernantes no están capacitados para encontrar soluciones. A veces parece que identifican cuestiones clave, como los paraísos fiscales, pero son incapaces de tomar alguna resolución. Dicen que reorientan las políticas, pero las bolsas de pobreza no solo se mantienen sino que se agravan. Incapaces, hay que decirlo.
Más que nunca  se precisa el concurso de la izquierda para encarar el mayor problema de nuestro tiempo: la desigualdad. Hay que reconocer que los mecanismos de redistribución de la riqueza no están dando los resultados apetecidos. La izquierda conlleva, justamente, la disposición al esfuerzo por cambiar las cosas. Es su más genuino valor. Si no se tiene ese talante y ese propósito, la persona o el grupo se ubica en otra parte, por más que  moleste. La situación actual no admite cataplasmas, sino necesidad de ir a la raíz de los problemas. Ya hay muchas personas y grupos que han denunciado muchas cosas y que piden, literalmente, a gritos, los cambios. Es preciso llamar a las cosas por su nombre y definir con nitidez la orientación que se le da para encontrar una salida honrosa, estable y esperanzadora. La izquierda que lidera el Partido Socialista en España tiene que concitar el apoyo mayoritario que requiere ganar unas elecciones que permitan cambiar las cosas. Cambiar las reglas de juego, es preciso, no solo  aspectos superficiales, hay que tener una visión del Estado como corrector de la desigualdad y crear una sociedad más equilibrada y más justa. Los desequilibrios en España alcanzan, casi a todos los ámbitos. Si algo ha tenido de saludable esta crisis es que nos ha enfrentado con nuestras miserias y algo de luz nos ha traído por las reflexiones a que nos ha obligado. Mejor es pensar sin crisis, pero, si no hay otra cosa, al menos hagámoslo ahora.
La izquierda liderada por el PSOE está trabajando denodadamente por recuperar la credibilidad perdida. Está teniendo el arrojo de afrontar el riesgo de encarar conceptos novedosos, pero eficaces. El partido socialista tiene que recuperar sus genuinas señas de identidad, en las que las personas son lo importante. Hoy, más que nunca se muestra válido el estado del bienestar y hay que recuperarlo asegurando su viabilidad. Es preciso garantizar la igualdad y promover el desarrollo equilibrado y sostenible y encontrar sentido a un proyecto colectivo. Puede que los niveles disfrutados con anterioridad sean irrecuperables, pero se precisa un compromiso claro de corregir todos los desmanes de los últimos años. La redistribución de la riqueza hay que abordarla con la valentía que requieren las grandes obras. Es un objetivo de transcendencia universal, claro que sí, pero no por ello vamos a amilanarnos. Solamente el que nunca comienza tiene garantizado no llegar final.
Vivimos en una sociedad capitalista en la que las cosas nobles, las que ennoblecen a las personas, las hemos dejado en manos del voluntarismo. La pobreza no puede combatirse desde el voluntarismo, sino desde los derechos. El avance tecnológico no puede solamente beneficiar al capital que lo adquiere, dejando al trabajador al margen. El concepto de redistribución debe alcanzar a todos, porque de lo contrario el llamado progreso se revuelve contra los que lo han propiciado, que son las personas. El Estado moderno se inventó para ello, para garantizar el nivel y salvaguardar las líneas rojas que no se deben sobrepasar.
Al paso que vamos hay jóvenes que nunca van a trabajar y paradójicamente, son los que más tienen que luchar por cambiar las cosas. Es terrible que los efectos de la desigualdad sean, también, que una generación vea que no puede jugar. Tienen que luchar para cambiar las cosas, desde el convencimiento de que lo vivido y la tendencia no tienen mucho valor, comprobado por el desastre a que nos han abocado. Luchar por la igualdad, es luchar por las personas y por lo que más estiman y es el bienestar. Si no salimos de otra forma, será estéril el sufrimiento que ahora padecemos.





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