sábado, 24 de mayo de 2014

NUESTRA CONSTITUCIÓN SE LLAMA DEMOCRACIA

La Constitución Europea, en su preámbulo, comenzaba con una frase de Tucídides refiriéndose a la Atenas clásica: "Nuestra Constitución se llama democracia porque el poder no está en manos de unos pocos, sino de la mayoría".
nuevatribuna.es | Por Carlos Carnero | 21 Mayo 2014 - 08:21 h.
Foto: Parlamento Europeo
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La Constitución Europea –no hace falta decir de qué año, como se hace por ejemplo con las españolas, porque en la UE no ha habido otra– contenía muchas cosas interesantes. Incluso en su preámbulo, que comenzaba con una frase de Tucídides refiriéndose a la Atenas clásica: "Nuestra Constitución se llama democracia porque el poder no está en manos de unos pocos, sino de la mayoría".
Una vez más –como cada cinco años desde 1979–, la ciudadanía europea está llamada a las urnas para seguir haciendo realidad esa frase en la Europa unida de los veintiocho estados, de los quinientos millones de habitantes, de las decenas de lenguas oficiales pero, sobre todo, del espacio más libre y socialmente avanzado del planeta.
El problema es que muchos electores no acudirán a ejercer su derecho al voto para elegir a los miembros de un Parlamento Europeo que ya no es una asamblea sin poderes, sino un legislativo con todas las letras, en el que –como en toda construcción de derecho– se adoptan las leyes, se elige y controla al ejecutivo y se hacen pronunciamientos políticos.
Es como si cada vez que se convocan las elecciones europeas estuviéramos condenados a revivir el mito de Sísifo, en una dinámica que parece no tener fin. Cuanto más fuerte es la Unión, cuanto más democrático es su funcionamiento, cuantos más derechos adquiere la ciudadanía, menos se involucra esta en la toma de decisiones. Es más, se siente progresivamente más ajena e incluso contraria a lo que hace y, en menor medida, parece representar la UE.
Ni la crisis, de la que sería impensable salir sin el factor decisivo de las decisiones adoptadas en el nivel comunitario, ha conseguido revertir la situación, sino más bien lo opuesto. Es para preocuparse, sí, pero sobre todo para actuar. ¿Actuar en qué sentido? ¿Qué más se puede hacer?
Lo primero, culminar la unión política con lo que aún le falta a la UE para serlo completamente: la unión económica, integrando en el sistema democrático de la UE lo puesto en marcha durante la crisis y aún más –Tesoro Europeo, armonización fiscal, Europa social–.
Lo segundo: dar a nuestro ordenamiento jurídico una forma comprensible, retomando el objetivo de sustituir los tratados por una constitución corta y clara, como ya hicimos en la Convención y, antes, se encargó de demostrar científicamente factible el Instituto Universitario Europeo de Florencia.
Lo tercero: hacer lo primero y lo segundo a través de un proceso participativo y democrático que incluya una convención y, por supuesto, una consulta a modo de referéndum de ámbito europeo, gracias a un acuerdo político de los estados miembros y las instituciones de la Unión, como ya propusimos el recordado Bronislaw Geremek y yo mismo hace años.
Lo cuarto: retomar la defensa y desarrollo del modelo social europeo desde el nivel de la Unión, porque debilitarlo ni es la salida adecuada a la crisis ni es lo que quiere la ciudadanía, como ha puesto de manifiesto la Confederación Europea de Sindicatos.
Y lo quinto, sobre todo lo quinto: no acobardarse por la previsible subida electoral de euroescépticos y populistas, porque la respuesta a ese fenómeno –ante todo preocupante en el nivel nacional– no es menos sino más Europa, para lo que los demócratas europeístas –populares, socialistas, liberales, verdes– deben conformar ya un gran pacto de legislatura.
Creo que no hay otro camino y, aunque lo hubiera, no sería tan ilusionante, que no ilusorio.
Por Carlos Carnero | Director gerente de la Fundación Alternativas




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