miércoles, 30 de julio de 2014

REFLEXIONES SOBRE LA INEPTITUD EMPRESARIAL Y GOLFERÍA ESPAÑOLA

nuevatribuna.es |Gustavo Vidal Manzanares | Jurista y escritor| 29 Julio 2014 - 19:05 h.
Aseguraba Donoso Cortés, ya en el XIX, “La corrupción corroe todas las capas del tejido social español”. Han transcurrido casi doscientos años, y esta enfermedad continúa anegando cada estrato de nuestra sociedad.
En mi opinión, todo arranca de la perniciosa costumbre española de “intentar conseguir lo máximo con el mínimo esfuerzo” (y preferiblemente si ese esfuerzo corresponde a terceros) en maridaje con la no menos nefasta envidia, que codicia lo que posee el de enfrente pero eludiendo  el mérito y capacidad del envidiado. Aunque los anteriores males no hacen distinción de clase social, sus efectos más funestos se recrudecen cuantitativamente cuando florecen en las dehesas del dinero…

En realidad, si en España imperara un capitalismo de verdad, la mayoría de los grandes empresarios y banqueros vagabundearían pidiendo limosna o se rascarían sus orondos culos en la cárcel. Y si se aplicaran a sí lo que exigen a los demás, acabarían vendiendo pañuelos de papel en los semáforos.
Con su incompetencia y manos sucias han hundido sus propios negocios que, en muchos casos, nos han obligado a “rescatar”. Tal vez desde su retiro forzoso en Soto del Real, el anterior presidente de la CEOE podría ilustrarnos con centenares de ejemplos. O quizá Jaume Matas, reciente inquilino en la prisión de la bucólica Segovia.
Por su parte, los grandes empresarios españoles han visto secarse las ubres de la especulación inmobiliaria, la construcción y las obras públicas. Pero quieren seguir ganando el mismo dineral. Dado que en materia de talento empresarial, innovación y tecnología ni están ni se les espera, se han lanzado a la rapiña de los servicios públicos y de los derechos de los trabajadores. En pocas palabras: meter la mano en los bolsillos ajenos.
De este modo “trabajan” los grandes “empresarios” (es un decir) españoles. Por ello, en nuestra nación, los grandes empresarios han constituido, en general, una insufrible lacra. La historia está ahí, para quien quiera consultarla. Comparar la gran empresa española con sus homólogos alemanes, franceses o ingleses solo provoca sonrojo y asco. La gran empresa española se autodenomina liberal, pero solo para exigir menos regulación y control en sus actividades. A la hora de innovar y arriesgar arrojan su liberalismo por el aljibe y se transforman en compulsivos succionadores de la teta pública.
Sí, “curiosamente”, su “liberalismo” se evapora a la hora de exigir millones de euros en subvenciones, contratos con la Administración y regalos fiscales… ¡qué grandes empresarios los que necesitan del dinero público para sacar adelante sus empresas privadas!
Y la desfachatez no decrece, al contrario: además de lo anterior, constantemente reclaman nuevos obsequios fiscales y la consolidación de un mercado laboral lleno de privilegios empresariales, pero que no se traduce en creación de empleo ni en mejora económica general. En este sentido, el oprobio de fraude masivo y estructural que perpetran los “empresarios” merece un aparte…
El fraude de los empresarios a las arcas públicas resulta insostenible
Según evidencia GESTHA (Asociación de Técnicos del Ministerio de Hacienda) el fraude fiscal en nuestro país se sitúa en torno a los 90.000 millones de euros/año (sí, han leído bien, y en esta ocasión lo reproduciré en letra: noventa mil millones de euros al año). Aproximadamente el 75% de ese de fraude, como sigue informando GESTHA, lo perpetran empresas agrupadas en la CEOE.
La cifra de robo a las arcas públicas es tan mareante (15.000.000.000.000 de las antiguas pesetas. En letras: quince millones de millones) que su magnitud, al igual que las distancias del universo, solo puede entenderse mediante ejemplos. Veamos… 
El presupuesto total del Ministerio de Justicia se aproxima a los 1.500 millones de euros al año. O, dicho de otro modo, la sisa empresarial de las arcas públicas equivale a más de sesenta veces el presupuesto de dicho Ministerio.
En otras palabras, quienes arremeten contra “el inasumible gasto de funcionarios”, “los privilegios de los trabajadores fijos” y demás salmodias del catecismo neocon, son responsables, por activa o pasiva, de un agujero negro fiscal que nos obliga a emitir deuda pública para financiar los servicios públicos. Algo que no sería necesario si esos mismos sujetos cumplieran con sus obligaciones tributarias.
Obviamente, no podemos permitirnos el lujo asiático de unos empresarios defraudadores, pedigüeños e incapaces de generar riqueza y empleo mientras exprimen los bolsillos de los ciudadanos honrados. Un lobby empresarial que solo busca enriquecerse del modo más rápido y con el mínimo o nulo esfuerzo, a costa de la economía nacional y del bienestar de la mayoría.
Desgraciadamente, la solución contra lo anterior se presenta muy lejana e incierta, toda vez que la CEOE no hace sino reproducir esquemas comunes a gran parte de la ciudadanía: llevárselo crudo aunque sea a costa de terceros, defraudar a Hacienda (desde los millones “perdidos y olvidados” de Jordi Pujol al “¿con IVA o sin IVA”? de talleres Pepe), recurrir al amiguismo y enchufismo sin el menor atisbo de vergüenza para elevarse en el escalafón sobre terceros con más mérito, codiciar lo que posee el de al lado y, por supuesto, ostentar y presumir. Desde el yate más suntuoso a los tiempos del 4x4 “de Jonatán el albañil, el que está casado con María Jessica, la peluquera”.
En base a lo anterior, cada día me reafirmo, “los males de España se deben única y exclusivamente a los españoles, son ellos quienes crean y perpetúan sus propios males”. La frase no es mía. Fue escrita por las manos sabias  y limpias de Amadeo de Saboya, el rey masón que pudo transformar España en una nación moderna y próspera… Se lo impidieron los españoles.
Hoy, otros muchos españoles, muchísimos, en alarmante e inasumible porcentaje,  contribuyen o contribuyeron al fraude, la corrupción y la componenda desde el puesto—alto, medio o bajo—que ocupen u ocuparon .La misma historia. El mismo país. Solo varían los nombres y traje de los protagonistas.



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