jueves, 14 de agosto de 2014

¿ES POSIBLE UN PODEMOS SINDICAL?

Artículos de Opinión | Pedro Luna Antúnez | 13-08-2014 |
Hace unos días algunos diarios digitales anunciaron a bombo y platillo la intención de Podemos de crear un nuevo sindicato. Escarbando un poco en las fuentes pude comprobar que la noticia no acababa de ajustarse a la realidad. La propuesta ni siquiera era de Pablo Iglesias como afirmaba la prensa sino de un círculo de sindicalistas de la formación. Y no se promovía literalmente la creación de un sindicato sino la construcción de un nuevo modelo sindical. La idea, lanzada en el foro virtual de la página web de Podemos, ha suscitado algunas reacciones en el ámbito sindical y político, la mayoría de ellas centrándose únicamente en el engañoso titular de los medios y quedándose, por lo tanto, en la superficie del asunto. Tanto desde el entorno de los sindicatos mayoritarios como de los minoritarios se ha rechazado la posibilidad de la creación de un nuevo sindicato. Nada se ha dicho sobre la necesidad de construir un nuevo modelo sindical. Y si ya era de esperar la reacción desde las atalayas de CCOO y UGT, curioso ha sido el resquemor de los sindicatos minoritarios frente a la posible incursión de Podemos en el sindicalismo.

La renovación del sindicalismo es una necesidad. Y tal renovación afecta no sólo a los sindicatos mayoritarios sino también a los minoritarios. A los mayoritarios porque sufren una continua pérdida de credibilidad ante la clase trabajadora y a los minoritarios porque a pesar del desprestigio de CCOO y UGT no han sido capaces de crecer y erigirse como referentes en los centros de trabajo. Es por ello que se equivocan los sindicatos minoritarios cuando ven la propuesta de los sindicalistas de Podemos como una amenaza a sus expectativas de crecimiento. Esa oportunidad ya la han desaprovechado, posiblemente por haber vivido cómodamente instalados en la crítica permanente hacia los sindicatos mayoritarios y por presentarse ante los trabajadores como un sindicalismo a la defensiva en aras de una supuesta pureza ideológica. Obviamente, éste es un análisis parcial y en cierto modo insuficiente. Porque los ejemplos del SAT en Andalucía o de la CGT en el sector de la sanidad pública en Cataluña muestran un sindicalismo a la ofensiva que ha sabido confluir el sindicalismo de clase con las nuevas formas de lucha.
En cualquier caso, y a la luz de la propuesta del círculo de sindicalista de Podemos, es conveniente hacerse unas preguntas. En especial, dos: ¿Es posible un Podemos sindical? ¿Es necesario un nuevo modelo sindical? Personalmente me interesa más la segunda pregunta pero no por ello obviaré la respuesta de la primera. De lo que se trata es de abrir un debate muy necesario que nos sitúe en el compromiso histórico de superar la crisis actual del sindicalismo para construir el sindicalismo del futuro, y para que la organización sindical siga siendo una herramienta eficaz en la defensa de los derechos e intereses de los trabajadores. Un debate que por supuesto no nace en Podemos y que va más allá pero que por azares de la actualidad política ha saltado a la palestra a raíz de la propuesta de uno de sus círculos. Admito desconocer los entresijos del debate entre los sindicalistas de Podemos. Ahora bien, como éste es un debate abierto que transciende de las organizaciones, creo que el cambio de aires que necesita el sindicalismo debería vincularse a una serie de premisas. Elementos que sintetizaré a continuación.
El dialogo social ha muerto.
El diálogo social, fruto de un contexto histórico y del consenso constitucional de 1978, ha pasado a mejor vida. Ya casi nadie lo pone en duda; y digo casi nadie porque CCOO y UGT parecen ser los únicos que siguen aferrándose a un pacto social que ha volado por los aires. La época de la concertación entre gobierno, patronal y sindicatos ya es historia porque los dos primeros ya no necesitan de los terceros, salvo para hacerse la foto días antes de movilizaciones como las marchas del 22 de marzo o las manifestaciones del 1º de mayo. Las reformas laborales del PSOE de 2010 y del PP de 2012 han postergado a la negociación colectiva en una vía muerta y han despojado a las organizaciones sindicales de su papel como interlocutores. Creer lo contrario sólo se explica desde el deseo de mantener intactas las estructuras sindicales frente al cambio de ciclo político que se avecina. Pero una vez más, CCOO y UGT se equivocan. El poder político y económico ya no los necesita y está dispuesto a aniquilar cualquier atisbo de organización sindical, ya sea de la tendencia que sea, ya sea más revolucionaria o más moderada.
En este sentido, las campañas antisindicales de los medios afines al régimen no sólo buscan socavar el apoyo social a los sindicatos mayoritarios. Buscan cargarse a las organizaciones sindicales como tal. A las mayoritarias y a las minoritarias. Es cierto que en ocasiones CCOO y UGT sirven en bandeja los ataques de la derecha y que son responsables de su propio desprestigio, pero ello no debería confundirnos a la hora de reconocer las verdaderas intenciones de un discurso que se aprovecha del descontento social hacia los sindicatos con el objetivo de cercenar el sindicalismo de clase e individualizar las relaciones laborales. En el ámbito institucional, la prueba más palpable de la deriva antisindical del régimen es la represión contra sindicalistas por ejercer el derecho a la huelga. La reciente encarcelación del activista Carlos Cano y la petición del gobierno y la fiscalía de condenas que suman 125 años para más de 300 sindicalistas ponen de manifiesto hasta qué punto se ha iniciado una caza de brujas contra el sindicalismo, un fenómeno por otra parte nada nuevo, si tenemos las continuas detenciones y encarcelamientos durante años de militantes del que, a día de hoy, sigue siendo el sindicato más represaliado de la Unión Europa: el SAT.
Hacia un sindicalismo de ruptura.
A nadie se le escapa que CCOO y UGT son parte del engranaje del régimen surgido tras la transición. Y lo siguen siendo aunque el régimen prescinda de ellos. Precisamente por ello, no queda otra salida que construir un nuevo modelo de sindicalismo conforme a los tiempos que corren. Los sindicatos han de romper los anclajes con el poder y con un régimen que tras casi cuarenta años de apariencia democrática se ha desprendido de su careta más amable. Si no lo hacen, quedarán superados por la Historia. Y lo harán otros. Porque los procesos y las confluencias sociales que se han puesto en marcha en diferentes municipios y barrios han de trasladarse al ámbito sindical, o por lo menos los sindicatos no pueden ser ajenos a la nueva realidad y al cambio que demanda una sociedad civil cada vez más concienciada con la necesidad de una ruptura democrática. No en vano, los sindicatos son en su esencia y origen organizaciones sociopolíticas. Así lo fue la CNT como sindicato revolucionario en los años 30 pero también la UGT del Pacto de San Sebastián (1930) que aspiraba a una huelga general de carácter insurreccional con la finalidad de meter a la Monarquía en “los archivos de la Historia”. Y lo fue CCOO durante la dictadura franquista: una palanca del cambio político y social.
Está claro que UGT ya no es la de 1930 y que CCOO poco tiene que ver con el sindicato que lideró la lucha antifranquista. Pero no podemos obviar a dos organizaciones que a pesar del descrédito y la pérdida de afiliación siguen superando entre ambas los dos millones de afiliados. Ése es el mayor patrimonio de CCOO y UGT, su afiliación, a la cual debemos sumar si queremos construir un modelo alternativo de sindicalismo que participe de los procesos sociales de ruptura. En paralelo, las afiliaciones de CCOO y UGT han de tomar conciencia de su potencial y convertirse en sujetos activos de presión hacia sus direcciones, como ya ha sucedido en algunos sectores organizados en mareas por la defensa de la sanidad y la educación públicas, donde las bases han pasado por encima de las jerarquías sindicales. Sería inconcebible un proceso de ruptura sin el sindicalismo de clase, de lo contrario éste andaría cojo al faltar una de las principales patas del movimiento obrero. Quizás no podamos albergar grandes esperanzas respecto a la actitud que tomen las direcciones sindicales, pero sí podemos esperar el empuje y la voluntad de cambio de sus millones de afiliados, ya sean dentro o fuera de sus sindicatos.
Por la democracia sindical.
Existe un antes y un después desde el surgimiento del movimiento 15M hace poco más de tres años. Ésa es una realidad irrefutable de la que ni los mismos partidos políticos han podido escapar. La huella del 15M en las nuevas dinámicas de hacer política es enorme y podríamos afirmar que ha cambiado nuestra manera de ver y sentir la propia política. Nos ha hecho más tolerantes y abiertos. Más respetuosos con los nuevos modelos de participación democrática y más proclives al consenso. Ha cambiado nuestra filosofía organizativa y nos ha igualado a todos desde abajo. Una de sus mayores contribuciones ha sido la de recuperar la democracia en la toma de decisiones, donde ninguna opinión es mejor o más respetable que otra. Diría incluso que el 15M nos ha ayudado a ser mejores personas.
Sin embargo, el 15M no ha llegado a los sindicatos. Las organizaciones sindicales siguen siendo estructuras organizativas cerradas y férreas, y no sólo me refiero a CCOO y UGT. A pesar del talante asambleario de algunos sindicatos alternativos, sus estructuras sindicales y sus órganos de dirección no difieren demasiado de cómo se organizan los sindicatos mayoritarios. Es habitual ver direcciones que se perpetuán durante dos o tres décadas al frente de secciones sindicales, federaciones y territorios. Cambiando de un cargo a otro. Alejados del contacto con la vida laboral y la clase trabajadora. Y eso pasa en los sindicatos mayoritarios y aunque sea en menor medida, también en los minoritarios. No quiere decir que no pase en los partidos políticos, pero la sensación generalizada es que la política ha sido más permeable a la influencia del 15M que el sindicalismo, no exenta de cierto marketing, pero más permeable al fin y al cabo. En cambio, los sindicatos parecen no haberse adaptado al lenguaje de los nuevos movimientos sociales, no con el objetivo de apropiarse del mismo sino con la pretensión de democratizar sus anquilosadas estructuras. Ésa debería ser una de las grandes prioridades a la hora de construir un nuevo modelo de sindicalismo. Porque nos guste más o menos la expresión, de igual manera que hay una casta política, la hay sindical.
El sindicalismo de los excluidos.
En 2006 Daniel Lacalle publicó un ensayo imprescindible para comprender la evolución de la clase trabajadora en los últimos treinta años: La clase obrera en España. Continuidades, transformaciones, cambios. Hace ocho años el autor ya nos alertaba de la dualidad y la elevada precariedad laboral; y de cómo éstas se habían constituido en las piedras angulares del mercado de trabajo español. Ello ha provocado que la clase obrera se haya fragmentado en pedazos y que ya no exista una clase homogénea con los mismos derechos y las mismas condiciones salariales y de trabajo. El mismo Daniel Lacalle, quien hace años fue miembro de la ejecutiva confederal de CCOO, ya avisaba a los sindicatos de no haberse adaptado a esa nueva realidad laboral y de su profundo desconocimiento hacia el cada vez mayor número de trabajadores precarios, compuesto en su mayoría por jóvenes, mujeres e inmigrantes. Esa brecha se ha agudizado en los últimos años, y la base social de los sindicatos sigue siendo, casi en exclusividad, el obrero clásico de origen fordista, por un lado, y el personal técnico y administrativo, por otro. Fuera quedan millones de precarios sin representación sindical ni derechos formales. Ellos son los excluidos del sindicalismo.
No podremos cimentar un nuevo modelo sindical si dejamos de lado a la gran masa de trabajadores en precario. Ése ha sido uno de los grandes errores de los sindicatos mayoritarios estos últimos años, bien por incapacidad o bien por conservadurismo. Pero lo cierto es que no se ha realizado un análisis correcto de esa evolución y lo que es peor, no se ha aprovechado para recomponer la conciencia y la solidaridad de clase entre el conjunto de los trabajadores asalariados. Y ésa es una realidad que hemos observado en las últimas huelgas generales, cuando millones de precarios no han podido ejercer su derecho a la huelga por la amenaza empresarial del despido o por no poder prescindir de un día de salario. La ceguera de las direcciones sindicales a las nuevas formas de explotación y de marginación laboral y social explica el posterior desprestigio de los sindicatos mayoritarios, los cuales han demostrado estar únicamente preocupados por el mantenimiento de los derechos y de las redes de clientelismo entre una capa determinada de trabajadores y afiliados, que por integrar en igualdad de derechos a la capa de millones de precarios. Pero una vez más, la realidad los superará y si no son los sindicatos mayoritarios, serán otros quienes integren en un nuevo sindicalismo a los excluidos.
Entre el sindicato y el partido.
Durante años defendí desde mi militancia política, congreso tras congreso, que el partido debía tener un único referente sindical. Estaba equivocado. Porque es un error, por no decir una barbaridad, obligar al conjunto de militantes de una organización política a que se afilien al mismo sindicato. La realidad sindical es mucho más compleja y es de ilusos pensar que cabe en una solo sigla. Y porque ésa es la manera de frustrar y lastrar un buen trabajo sindical que sin duda muchísimos compañeros y compañeras habrían desarrollado en mejores condiciones en otras organizaciones sindicales. Hoy en día defender tal posición sólo se entiende desde un punto de vista sentimental o en su caso más extremo, desde un profundo desconocimiento de la realidad sindical y laboral.
Creo que cada vez somos más quienes nos estamos desprendiendo de ese papanatismo de las siglas, tan poco práctico para la nueva realidad social, y que los partidos políticos, en especial desde la izquierda comunista, deberían hacer un ejercicio de reflexión colectiva con el fin de revisar la incidencia de sus militantes en el ámbito sindical. No podemos volver a cometer los mismos errores. Y sería un error por parte del círculo de sindicalistas de Podemos ligar la construcción de un nuevo modelo sindical a su formación política. Y viceversa. Por lo tanto, es tiempo de que la pluralidad y la diversidad sindicales nos ayuden a construir un mejor sindicalismo y que cada uno de nosotros trabaje sindicalmente, no donde le dicten sino donde mejor pueda contribuir a la defensa de los derechos de los trabajadores. Porque, no lo olvidemos, ésa es la finalidad. Y no engordar el número de cotizantes de un sindicato.
En conclusión…
Considero que actualmente hay condiciones objetivas para empezar a construir un nuevo modelo sindical desde la base. Que ello se traduzca en un nuevo sindicato no debería obsesionarnos. Como tampoco debería obsesionarnos si finalmente no sucede. Las propuestas del círculo de sindicalistas de Podemos recogen el testigo de millones de trabajadores decepcionados con las prestaciones de los sindicatos de clase, especialmente de CCOO y UGT, pero vuelvo a repetir, no sólo de ellos. Por ello me atrevería a afirmar que las circunstancias son muy favorables para trabajar en esa dirección. Porque la voluntad de cambio no sólo se está derivando hacia los partidos políticos sino también, de manera cada vez más acuciante, hacia los sindicatos.
En las primeras líneas del artículo escribía que era más importante centrarse en una profunda renovación del modelo sindical que no tanto en la creación de un nuevo sindicato. Pero la última palabra la tiene la clase trabajadora. Y si esos millones de trabajadores, descontentos de sus actuales organizaciones, apuestan por un nuevo sindicato, ése será un proceso que tarde o temprano acabará dándose. Y con grandes posibilidades de éxito, por cierto. Lo digo una vez más, entre CCOO y UGT suman más de dos millones de afiliados. A ellos hay que sumarles los millones de precarios a los que el sindicalismo tradicional no ha sabido dar respuestas. De esos más de dos millones de afiliados a CCOO y UGT hay amplios sectores de afiliación críticos con sus direcciones pero que por razones ideológicas o de pragmatismo han preferido no engrosar las filas del anarcosindicalismo, del sindicalismo nacionalista o del sindicalismo corporativo. No han militado en otros sindicatos pero sí serían partidarios de la confluencia y del acuerdo sobre la base de la reivindicación y la movilización. Existe un gran hueco que llenar, producido por el descontento y por los millones de precarios a los que ni siquiera se les ha ofrecido la opción de organizarse en los sindicatos. En ellos está el futuro del sindicalismo.

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